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Romanticismo tecnológico

DISCUSIÓN

El primer hombre pisó la Luna en 1969 y el último en 1972. A partir de entonces, a nadie le interesó volver, por más ensoñación que despierte su figura. Cuando alunizaron, Buzz Aldrin se unió a Neil Armstrong en la superficie del Mar de la Tranquilidad y, mirando la Tierra, sentenció: “Hermosa vista. Magnífica desolación”. Esta línea inaugura un momento nuevo del arte que podríamos llamar romanticismo tecnológico. Un acontecimiento en el que la humanidad se enfrenta al universo mediante la potencia melancólica de la contemplación, primero mediante una ortopedia de telescopios, sondas espaciales o satélites y finalmente con la exploración espacial humana.

Aldrin, de espaldas a la cámara, se parece al protagonista de El caminante sobre el mar de nubes, el personaje de la pintura de Caspar Friedrich que se asoma al abismo. Solamente doce personas miraron la Tierra como él, como nosotros vemos la Luna. El astronauta está rodeado de aislamiento y soledad, con la sensación de haber llegado a la meta frente a un escenario cósmico. La figura blanca de Aldrin se recorta en un cielo totalmente negro. El sol brilla, pero no se refleja en la superficie. Mientras Armstrong y Aldrin caminan por la superficie lunar, Collins orbita la Luna. “En ese momento”, contó Collins años después, “fui la persona más solitaria en todo el universo”. Era tan alta la probabilidad de que sucediera una catástrofe, que la NASA había preparado un discurso para honrar las hipotéticas muertes de los astronautas. Decía en algún momento que los héroes serían llorados por una madre Tierra que se atrevió a enviar a tres de sus hijos hacia lo desconocido. La madre de Aldrin, apellidada Moon (“Luna” en español), se había suicidado un año antes del viaje. Más allá de la anécdota, el detalle ayuda a construir la mitología de un viaje que aún se discute si existió o no, veracidad que, como en toda obra de arte, resulta intrascendente.

Dicen los que fueron que hay un problema en la Luna para percibir la profundidad. Un objeto grande que está muy lejos parece similar a uno pequeño más cercano porque no hay casas, ni árboles, ni autos para estimar la escala como en la Tierra. En la Luna faltan referencias, las imágenes que tenemos del mundo no alcanzan. Cuando las representaciones no son suficientes, surge la oportunidad de la invención. Esa es la vía que encontró William Turner, retratista del costado dramático de la naturaleza. A él se le atribuye la leyenda de haberse hecho atar al mástil de un barco durante horas. Al borde de la muerte, Turner absorbe el color, el efecto emotivo de la tormenta para luego pintarla. Al revés que Ulises, Turner se ata para someterse a la tentación de mirar. El mito seguramente es falso, pero es posible que Turner lo divulgara para acreditar su obra ante un público al que le resultaban imposibles el temperamento de sus colores, sus paisajes.

Cuando Yuri Gagarin orbitó el espacio, sus primeras palabras fueron “La Tierra es azul”, una especie de haiku que inaugura la poética espacial: el romanticismo tecnológico tiene su poeta, su bardo. Barthes escribió que el haiku reproduce el gesto del niño que muestra con el dedo alguna cosa, diciendo tan sólo “¡Esto! ¡Allá!”. El asombro, la emoción del poeta ante la contemplación de la realidad y de lo diminuto. Gagarin es el héroe trágico que descubre su verdad y regresa a casa para contarla, como Empédocles cuando se arroja al Etna para volver a las entrañas de la Naturaleza o el capitán Ahab de Moby Dick que emprende un camino de conocimiento hacia una inmensidad que concluye en él mismo.

En la Tierra, los astronautas del Apolo 11 fueron recibidos como héroes, un adjetivo que les cayó pésimo, los arrastró a distintas miserias. Acusaron al programa espacial de no haberlos preparado para esa exposición y el regreso a la Tierra. ¿Quién podría entrenar a un ser humano para exponerse a la nada, al todo, al absurdo de la existencia en su expresión máxima de vacío? Nadie había caminado por la Luna antes, nadie nos había visto en esa fragilidad extrema como nos vieron ellos desde el espacio, desde una perspectiva que hasta ese momento estaba destinada a los dioses, los ángeles o los muertos. Sabemos que a los hijos de Dios en la tierra se les hace pagar caro su privilegio. Después de todo, ¿no es caer lo que les ocurre a los héroes?

En abril de 2022, la NASA dio a conocer una fotografía de los restos del explorador Perseverance destruido sobre la superficie de Marte. La imagen muestra la carcasa trasera y el paracaídas supersónico devorados por el polvo y las piedras en el entorno dramático del suelo marciano. Como en los grabados de Piranesi, se ofrece la ruina de la tecnología humana desde la perspectiva devastadora de la naturaleza de la cual no es posible escapar. Marte es un mundo seco con evidencia de que en su superficie alguna vez hubo agua, lechos de ríos, deltas, terrenos inundables. Hoy está seco, pero nosotros seguimos teniendo agua. ¿Podría la Tierra convertirse en Marte? La curiosidad tiene mucha fuerza, podemos aprender de Marte cómo muere un planeta.

El desarrollo de la tecnología digital y la biotecnología que comenzaron en 1970 anuncian una teórica Tercera Revolución Industrial. Otra vez la humanidad goza y padece alienación y deshumanización en una sociedad tecnificada. Durante el romanticismo, la riqueza se desplazaba de la aristocracia a la burguesía. Ahora la desigualdad social y económica parecen retornar en una nueva forma de aristocracia que consume nuestro planeta como si se tratara de un bien fungible. ¿Cómo se ocupa el arte de este problema? Poniendo el cuerpo a los ataques de ambientalistas. Nuestras obras de arte retornan a su estatuto de soporte en blanco para ofrecerse a proyectiles, alimentos y pintura arrojados por manifestantes que ejecutan sus performances concientizadoras. La artista Claudia del Río ofrece una idea provocadora y potente sobre estos actos: “Amo este nuevo concepto de los derechos subjetivos de la naturaleza. Son posiciones extremas, pero podemos vivir sin esas obras maestras. Sin embargo, la vida con el humo, herbicidas, etcétera, nos mata y pone de rodillas. La justicia ambiental debe legislarse como un derecho de la naturaleza”.

En una conferencia de 2021, el crítico Nicolas Bourriaud argumenta que “[h]oy lo sublime es mucho más amenazante que antes, estamos rodeados de cosas sobre las que no tenemos ningún control. Nos enfrentamos a cosas que son más grandes que nosotros mismos y esa es la definición de lo sublime”.

“Magnífica desolación”, dice Aldrin inscribiendo en un registro melancólico su presencia frente a la soledad absoluta. Si como Freud oponemos duelo a melancolía, parece que frente a la inmensidad algo se pierde, algo insoportable de perder. A Yuri Gagarin se le atribuyó haber dicho desde el espacio: “No veo ningún Dios aquí arriba”, una frase que le hacía falta a la parte de la humanidad que necesitaba separar lo sublime de Dios. En el espacio se juega la supervivencia de un modo desconocido, el espíritu suspende todo movimiento induciendo a una especie de éxtasis como el de los santos. Lacan define lo sublime como el punto más elevado de lo que está abajo, lo Real. Y la belleza es el último filtro ante el horror de lo Real, al terror que implica nuestra carencia y finitud. En el espacio ese filtro se cae y la belleza se presenta en un estado absoluto. Quien mira la Tierra desde el espacio deja de ser espectador, desaparece lo sublime y sólo queda el horror. Nadie estuvo tan cerca del cielo como los astronautas para volver y testimoniar que, paradójicamente, allí no hay Dios y sin embargo es imposible no sentir su ausencia.

25 Jul, 2024
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