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Sobre el discurso populista de izquierda, leyendo a Chantal Mouffe

DISCUSIÓN

Las reflexiones contemporáneas acerca del populismo han dado lugar, a partir del reconocimiento de su plural posibilidad de emplazamiento entre izquierdas y derechas, a conceptualizaciones marcadas por otro reconocimiento: el de su intrínseca provisoriedad. Lo que facilita también la presencia en cada participación de algo así como la aceptación o la sugerencia de una conversación. Creo que un útil ejemplo puede encontrarse en los dos comienzos, el de la cita de apertura y el de la introducción, del último libro de Chantal Mouffe, Por un populismo de izquierda (Siglo XXI, 2018). Una cita de Maquiavelo convoca primero la consideración de la presencia de la complejidad y el azar en todo recomienzo del discurso político; luego, la introducción se inicia con la indicación de que el tema general a tratar es el de un momento, un objeto de debate que debe siempre leerse a partir de la condición temporal de las transformaciones fundantes de cada contemporaneidad.

La cita de Maquiavelo, que no puede leerse sino desde un presente que modifica todo sentido histórico contiguo o lejano, remite ya a la hoy reconocida aceptación del quantum de imprevisibilidad de toda política. Y su efecto de realismo es por supuesto implacable: “Los hombres pueden secundar a la fortuna y no contrarrestarla. Pueden tejer sus hilos pero no romperlos. No deben abandonarse a ella”. En la introducción, la cita se articulará con la consideración del modo en que se tratan contemporáneamente los efectos del “momento populista”, aportará a la postulación de la imposibilidad de pensar el cambio político en términos de desarrollos y cierres orientados hacia una “sociedad transparente y reconciliada, que claramente entrañaría el fin de la política”. El populismo irrumpe con un difícil procesamiento del tiempo: en el fin de todo fin de la política, el discurso mismo se mostrará como objeto obligado de un —Mouffe cita aquí a Laclau— “modo de hacer política que puede adoptar diversas formas ideológicas en función del momento y del lugar”. Y la condición cambiante de su presentación discursiva obligará a la continuidad de una instancia de invención compleja y permanente: “Un enfoque populista de izquierda —dice Mouffe— debería intentar proporcionar un vocabulario diferente para orientar esas demandas hacia objetivos más igualitarios”.

La repetición, en un discurso político como el populista, constitutivamente abierto al registro permanente de la diferencia, no puede no abrirse a algún nuevo tipo de novedad, y su resistencia, también constitutiva, a los efectos estilísticos de toda doxa se expresará, por ejemplo, en los contraalfabetos temporarios de la revuelta. Tematizando las revueltas de 1968, Mouffe dice: “La segunda ola del feminismo, el movimiento homosexual, las luchas antirracistas y los problemas del medioambiente habían transformado de raíz el panorama político”. Y con referencia a Gramsci y su propuesta de una “hegemonía expansiva”, para una “democracia radical y plural”, para un “enfoque antiesencialista” de las luchas contra la dominación, redefine “el proyecto socialista en términos de una ‘radicalización de la democracia’”, que para Mouffe (cita Hegemonía y estrategia socialista, escrito con Laclau) significa también la ampliación del campo del conflicto social, que deja así de “concentrarse en un ‘sujeto privilegiado’ como la clase obrera”. La referencia sigue con la mención del lugar adjudicado por Gramsci a la construcción de una “voluntad común” y la creación de una “hegemonía expansiva”, que en el contexto de lo ya formulado no puede no aportar, también, el componente renovador de esa expansión nunca enteramente clausurada en su definición: “el proyecto emancipatorio ya no podía concebirse como la eliminación del Estado, […] había que abandonar el mito del comunismo como una sociedad transparente y reconciliada que claramente entrañaría el fin de la política”.

No hay ya previsibilidades nítidas a las que confiar el resultado de una lucha última, y se instala como posibilidad de discurso el de una política que no prevea futuros solamente articulables con una focalización cerrada del presente.  “Todo dependerá de cuáles sean las fuerzas políticas que logren hegemonizar las demandas democráticas actuales, y del tipo de populismo que salga victorioso en la lucha contra la pospolítica [ya que] en los próximos años el eje central del conflicto político estará entre el populismo de izquierda y el populismo de derecha”.

Pero los discursos adversos no son únicamente aquellos que confrontan con el objetivo político general: el trabajo esperado para el procesamiento de la continuidad de los pasajes de la conceptualización a la polémica puede ser aquí ¿centralmente? el que se constituye como parte de las definiciones polémicas del campo propio. Mouffe cita al Laclau de La razón populista, cuando define el populismo como una estrategia discursiva “de construcción de una frontera política que divide a la sociedad en dos campos y convoca a la movilización de ‘los de abajo’ contra ‘aquellos en el poder’”. Se podría tal vez agregar ¿también aquí? que esa explicitación de la inevitable diversidad ideológica del discurso populista remite además a una estructura discursiva de bordes permanentemente cambiantes, que habría que evitar remitir a una carencia, reconociendo en cambio su condición de efecto de una complejidad insoslayable. Se encuentran así en cada momento político estudiado posibilidades de asociación interna contrarias a cada una de las lógicas partidarias de sus momentos de emergencia. Y allí irrumpen en todo discurso populista fórmulas denominativas clásica y absolutamente enemigas entre sí, ya que “el bloque histórico que constituye el basamento social de una formación hegemónica comienza a desarticularse, y surge la posibilidad de construcción de un nuevo sujeto de acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social experimentado como injusto”.

La condición borrosa frecuente en el discurso populista, que a veces se despliega y se muestra como tal, acompaña las elecciones discursivas y es parte también de las puestas en fase de formulaciones confluyentes o polémicas, que son insoslayables también en la búsqueda de la determinación de los contenidos y modos de las proposiciones teóricas que se refieren al propio discurso populista. La discusión de los términos de una definición a compartir del populismo puede preverse en cada caso como inevitablemente oscura, en la medida en que no podrá dejar de incluir elecciones conceptuales destinadas a atender la condición siempre cambiante de los momentos de concreción y despliegue histórico de su objeto.

En la escritura de Mouffe, la confrontación agonista se define en términos de una insistencia que nunca podrá concebirse con la condición enteramente previsible de los objetivos que en las formulaciones de cada utopía revolucionaria preanunciaban un cierre finalmente victorioso de la confrontación. Se acepta que “la democracia no puede sobrevivir sin cierta forma de consenso respecto de la adhesión a los valores ético-políticos que constituyen sus principios de legitimidad”, pero con la aclaración de que “también debe permitir la expresión agonista del conflicto”: “si esto no ocurre, siempre existirá el peligro de que esa confrontación democrática sea reemplazada por una confrontación entre valores morales no negociables o entre formas esencialistas de identificación”.

Puede decirse que el no cierre implicado aquí en el rechazo de todo esencialismo político instala una apertura temporal que desde otras perspectivas no llega a considerarse en las formulaciones contemporáneas de lo que se entiende por populismo. En Contra la tentación populista (Godot, 2019), Slavoj Žižek sostiene que “en la medida en que […] su propio sentido es el de transformar el antagonismo social inmanente en un antagonismo entre el pueblo unificado y su enemigo exterior, alberga en última instancia una tendencia protofascista a largo plazo”. El largo plazo en el que Žižek ve dibujarse ese horizonte fascista (que sería para él el de todo populismo en continuidad) no tiene (nunca tiene), en percepciones como las de Chantal Mouffe, una continuidad propositiva que instale una universalidad abarcativamente conducente a ese fascismo de cierre. Y esa provisoriedad temporal puede verse, por ejemplo, en las anécdotas que tematizan el efecto de falta de seriedad de las definiciones protopolíticas de los líderes populistas, que dificultan, siempre, la constitución de una doxa inmodificablemente representativa de cada instancia de sus discursos. Tres ejemplos anecdóticos:

1) Un periodista que entrevistó a Juan Perón durante su exilio en España cuenta que en algún momento del diálogo se había permitido interrogar al indagado acerca de una fotografía que adornaba el escritorio que los unía en la conversación. Observación del periodista: “General, usted tiene una foto de Mao en su escritorio…”. Respuesta: “Es que yo no sabía que para esta entrevista iba a venir usted…”. (Y Perón informa haber creído que iba a ser reporteado por otro entrevistador, al que obviamente suponía identificado con el personaje de la foto).

2) En una ocasión, Hugo Chávez incluye en uno de sus extensos discursos públicos unos chistes irónicos acerca de personajes de la oposición política. La multitud reunida en la plaza festeja con grandes risas cada salida. Y el orador insiste en cada caso con un chiste nuevo, obteniendo otra vez la entusiasmada carcajada general y volviendo a insistir. Pero en algún momento, los chistes de Chávez ya no tienen relación únicamente con la temática política: cuenta chistes de todo tipo, como en cualquier reunión divertida de amigos o parientes. Hasta que pone fin, de pronto, a la serie: hace un breve silencio, después del que retorna, seriamente, al hilo político del discurso.

3) Cristina Fernández de Kirchner despliega, en diferentes capítulos de su reciente libro de memorias, el procesamiento de episodios de borde, esos en que lo personal y lo político se muestran dialogando de manera permanente. Relata, por ejemplo, la confrontación entre un presidente y un arzobispo (se trataba de una diferencia acerca de cuestiones de protocolo, de quién recibe o visita públicamente a quién, entre el presidente Kirchner y el arzobispo de Buenos Aires) en tanto puesta en fase de estilos individuales de relación. Siguiendo o antecediendo a su habitual tratamiento, podría decirse, en sereno estilo parlamentario, de la historia política.

En los tres casos, es como si la imprevisibilidad temática contemporánea se desplegara en los cruces enunciativo-políticos del discurso; como si el orador no pudiera dejar de reafirmar en cada instancia la pluralidad de motivos de su narración, con sus recomienzos no sólo conceptuales sino también lingüísticos y retóricos, en el sentido más amplio de su dimensión poética. Por supuesto, se trata de una imprevisibilidad acorde con la amplitud temática abarcable por los motivos que pueden recorrer los desarrollos de un discurso político, especialmente de un discurso político populista: a la asociabilidad entre diferentes figuras simbólicas de movimientos de base popular en el siglo XX, puede sumarse la inclusión sucesiva de distintos subgéneros de la conversación.

Y al respecto, Mouffe emplaza en lugar prevalente una cuestión de vocabulario. Por supuesto, las cuestiones de vocabulario ocuparon importantes espacios en los estudios sobre el discurso político desde que ese discurso existe, pero es más bien reciente el señalamiento de la importancia central de una búsqueda enunciativa terminológica. Dice Mouffe en “El momento populista”: “Un enfoque populista debería intentar proporcionar un vocabulario diferente para orientar esas demandas hacia objetivos más igualitarios. Esto no significa consentir la política de los partidos populistas de derecha […]. Estoy persuadida de que muchos se sienten atraídos por esos partidos porque sienten que son los únicos que se preocupan por sus problemas. Pienso que si se utiliza un lenguaje diferente, muchos podrían experimentar su situación de un modo distinto y unirse a la lucha progresista”. Desde esta perspectiva, no puede dejarse de lado que “lo que está en tela de juicio es la articulación de dos tradiciones diferentes”, y aquí ocupa un lugar central en su formulación la relación histórica contingente, actual y futura, entre una tradición y otra. Y la referencia a la instancia de elección del vocabulario y, en general, al de la enunciación y sus poéticas en todos los sentidos a reconocer en el debate parece seguir requiriendo entonces un lugar central. Marx y Engels criticaban, en Crítica de la crítica crítica, el objetivo de trabajo construido por los jóvenes hegelianos que se proponían abandonar todo proyecto de escritura “para los especialistas”, para abrir así la posibilidad de una lectura de sus propuestas por un gran público. Opuestamente, en Crítica… se alertaba acerca de los riesgos abiertos por esa posible renuncia a la precisión del lenguaje elegido para la investigación y la discusión. ¿Podría decirse que en el pasaje de los siglos se afirmó el reconocimiento de la (paralela) importancia del trabajo del lenguaje sobre el lenguaje, también en relación con el gran público, como recurso y complemento permanente en la pelea por la asunción de los objetivos y los conceptos? Y agregarse que, en discursos como el de entonces de Marx y Engels sobre la crítica, no había llegado todavía a ponerse en consideración el rol del lenguaje como instancia de renovación permanente de la relación histórica contingente entre continuidades y recomienzos de la producción social del sentido.

 

6 Jun, 2019
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