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—La obra va cambiando a medida que transcurre, lo que es natural, pero en este caso se debe, creo, a un motivo específico: la forma tragedia avanza deshaciéndose de todo lo que no es tragedia. Se deshace incluso de la autora.
—La obra se deshace de muchas cosas. A mí me pasó algo con los colores. El único color de la obra del que me acuerdo es el gris. Mirá, encontré algo escrito en un libro de Derek Jarman que se llama Croma: “Cuando no sintoniza ningún canal, el televisor parpadea gris a la espera de ser inundado por el color, a la espera de la imagen”. La obra es un todo gris, sin imagen, sin opinión.
—Sí, se vuelve gris, pero empieza muy colorida. Ese es el recorrido que hace la obra: va del color al gris, de lo gracioso a lo trágico. Con los colores se va el humor. ¿La tragedia es gris? Quizá sí, porque termina con la muerte y porque es vieja. También porque eso es lo que nos quedó de la tragedia, me parece. ¿Viste que las estatuas griegas estaban pintadas de colores, pero cuando las desenterraron eran blancas o grises y pensaron que debían ser así originalmente? El pasado pierde los colores y gana profundidad y misterio. También el pasado se va volviendo anónimo, quizá por eso la obra se deshace de la autora, o la autora logra deshacerse de sí misma abandonándose al pasado. Lo curioso es que en ese movimiento dialéctico la obra se vuelve más del presente todavía, incluso muy del presente.
—Sí, pero no pretende intervenir en el presente, sino que lo sobrevuela. Me pasó algo con una prenda del vestuario que es muy del presente: una camiseta de fútbol de la selección argentina que usa el protagonista. Esa camiseta logró atravesar el gris general de mi recuerdo, porque es un objeto que habla mucho. Cuando aparece da la sensación de que está ahí para caricaturizar un poco esa figura, la del hincha-hombre que come asado y alienta a los gritos. Pero esa idea se va desdibujando. Al final esa caricatura se diluye. El teatro —como las estatuas que se entregan a la pérdida del color a través del tiempo— se entrega a la realidad. Al final da más la sensación de que el personaje se puso la camiseta de la selección porque era la que tenía a mano antes de subir a escena. La obra nombra la camiseta, pero no habla de la camiseta. Se coloca en ese puro fluir sin autoría, ni colores, ni opiniones. Nadie opina. No condena a nadie, se pone en un lugar de no saber exactamente por qué sucede lo que sucede. En palabras de Ballard, “no racionaliza la culpa”, “no es ni introspectiva, ni pesimista, ni sofisticada”. En este sentido es una obra de ciencia ficción: mira lo que pasa hoy, para intuir lo que va a pasar mañana.
—Vos decís que la obra más bien mira sin intervenir la realidad. Me parece que eso es porque la forma de la tragedia se apoderó de la obra y le impidió a la autora decir cosas. Pero quizá es sólo la autora la que no dice y la obra sí dice. Dice algo, aunque no se sabe qué. Me parece que la impresión de que la obra, a pesar de estar muy en el presente, no dice nada sobre el presente se debe a que la obra no habla como hablaría una persona: apareció una corriente muy antigua que destiñó todo y habló. ¿Qué dijo? Creo que una de las cosas fascinantes de la obra es que no es muy claro qué dice mientras que sí es claro que está diciendo algo e incluso es más o menos claro sobre qué está diciendo algo. Y quizá sí habla como una persona, pero una desteñida, antigua. Quiero decir, volviendo a lo de cómo avanza la obra: al principio habla la autora pero todavía no dice, y al final habla la obra y no se sabe qué dice. Claro que este movimiento está provocado por la autora, así que la autora sí dice algo con el movimiento. ¿Qué dice?
—Yo creo que dice algo sobre la forma del decir del presente; un decir en movimiento. Ese movimiento no es errancia, sino eso: movimiento. La posición de la obra es el movimiento. Se mueve alrededor de dos tipos de relatos, me parece: los del siglo XX y los de comienzos de este siglo. Y digo esto porque los actores de la obra son personas que vivieron el final del siglo XX y el comienzo de este. Tienen entre treinta y cuarenta y cinco años. La obra habla a través de la experiencia histórica de esas personas, y si bien por momentos parece como si fuesen actores en un anfiteatro griego y las espectadoras hubiésemos venido vestidas envueltas en esa suerte de sábanas —las llamo “togas” pero seguro tienen un nombre particular—, lo cierto es que reconocemos que es una humorada y que son personas de ahora que hablan como personas de ahora. Por otro lado, es inevitable hablar como alguien de ahora. Entonces, para volver a los colores, son personas que vivieron en el tiempo del gris —el gris del ruido de la televisión muy de la segunda mitad del siglo XX— que se fue llenando de colores —hoy toda pantalla está llena, no existe más la no-imagen. La obra deshace la experiencia histórica de los actores, va de lo lleno —los colores de la imagen total actual‒ a lo vacío —el gris del ruido de la televisión— y sigue hacia atrás, hasta la Grecia antigua. Y en ese recorrido la obra se mueve, husmea, avanza. Hay temas, está llena de temas, temas densos —la manera en que las nuevas tecnologías estructuran nuestros vínculos, la invasión de la violencia en todos los órdenes de la vida, la invisibilización de la discriminación, etcétera—, temas actuales. Pero la obra no se detiene a opinar, sólo avanza. Su fundación es el movimiento. Su desandar es ir hacia adelante. Con todo esto que estamos diciendo, no me explico el título. Es misterioso, ¿no?
—Tiene un plano que no es nada misterioso: Pamela es pequeña, da pena lo que le pasa. Y hay otro plano misterioso que quizá lo que pensamos desvela un poco: Pamela se va haciendo pequeña como los personajes de las tragedias, en el sentido de que sus vidas son vidas generales, fuerzas, destinos humanos; es decir, a medida que crecen como algo abstracto va menguando lo concreto, las personas con un nombre. El desenlace es estándar de la tragedia, no causado por el personaje y sus condiciones: mueren todos o casi todos. En ese desenlace Pamela se empequeñece y así se vuelve enorme. Oh, pequeña Pamela… Mirá, justo leí lo que Kenneth Rexroth dice que diría la Ilíada sobre sí misma: “He aquí la vida. Es trágica, y si ella posee un significado, este representa un misterio incomunicable; puede mostrarse, pero no explicarse”. Quizá esa es la clave de lo confuso y paradójico de la obra: habla sobre el presente, pero no explica nada. Hablar sin explicar me parece un gesto radical. La tragedia permite hacer esto sin que se vea el gesto. Quiero decir: ser radical sin el gesto. Entonces uno no se resiste y se queda confundido. Además, todos esos personajes, ¿qué son? Áyax, la Cíclope, el Coro… Es como si uno se pusiera a hacer cosas de brujería jugando y de repente viniera un espíritu. ¿No hacía lo mismo Shakespeare? Un cuento contado por un idiota… que no significa nada. Si esta obra tuviera un subtítulo, podría ser: Pequeña Pamela o Cómo hablar sin explicar. O, si no: Pequeña Pamela o Cómo pedir ayuda a los espíritus antiguos. O…
—Pequeña Pamela o Una tragedia futbolera sin fútbol. Ahora que escribí la palabra fútbol pensé en algo. La palabra fútbol se deformó cuando se fue de su contexto original —Inglaterra— para ser llevada a algo así como el futuro —acá—. Supongo que si un inglés de esa época hubiese leído la palabra, la hubiese entendido, pero se hubiese sentido un poco confundido. Si bien el futuro es siempre confuso ¿no es al mismo tiempo el sentimiento más efervescente de todos? Para el que lee esto que escribimos de a dos, pienso que también puede ser confuso. ¿Es la transcripción de una conversación? ¿De una discusión?
—Sí, es confuso. En este caso sería “pensar sin explicar”. Pero es un poco un desastre o podría serlo. Ojalá que al menos pueda servir de compañía para alguien que ya vio la obra y se quedó pensando. Ahí le agregué un subtítulo.
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