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“No me entendés”, repite seis veces Thom Yorke en “Don’t Get Me Started”, sexto corte de Cutouts, el tercer disco de The Smile, editado con pocos meses de diferencia de su bellísimo Wall of Eyes. Extraña recurrencia la del cantante. Una canción-querella (“No soy el asesino / No me hagas empezar / No soy el villano”), pero también, si nos sustraemos al género, es como si la misma música le reprochara a un oyente promedio su bajo umbral de tolerancia. A veces no se entiende por qué la economía atencional del streaming ha profundizado el daño perceptual que trajo la hiperabundancia. Y como se entiende menos, se pasa a otra cosa. “Don’t Get Me Started” dura seis minutos. El trabajo con los sintetizadores y el espacio, el dramatismo de la voz y la propia evolución de la forma interna de la canción a partir del dibujo inicial que antecede al canto la justifican con creces.
The Smile propone una extensión temporal que se rebela contra el paradigma dominante. Señala Eric Drott en Streaming Music, Streaming Capital (2023) que el cambio más básico que han impuesto las plataformas es el de la duración de las canciones. Si hace dos décadas podían tener cuatro minutos y medio promedio, en 2018 pasaron a tres minutos y medio, y en la actualidad se han multiplicado por seis las que se extienden dos minutos treinta. Una de las consecuencias de esa disminución es el acortamiento proporcional de sus elementos constitutivos, en particular las introducciones y los cierres —equivalencias de los modos de habitar las redes sociales, balbuceos, tautologías—. La dialéctica expectativa-frustración se ha inclinado hacia el segundo polo. ¿Quién quiere demorar un estribillo si corre el peligro de ser descartado y frustrar al usuario, el soberano que paga por alquilar la música como si se tratara de un servicio público? ¿Quién escribiría hoy “Hey Jude”, cuyo sentido se realza cuando todo parece haber sido dicho? ¿Qué decir de la siempre cambiante “Moon in June”, grabada por Soft Machine en 1970 en su tercer disco, cuando la inestabilidad es la norma y lo que se requiere hoy es asimilación inmediata, nunca el suspenso o el carácter impredecible de una deriva? Casi nadie lo haría, ni siquiera en las zonas más ásperas del mainstream. Salvo Björk o The Smile, por citar casos visibles.
La música online ha acelerado la redefinición de la sintaxis de las canciones. Cada vez más se tiende a que los estribillos y el “gancho” sucedan antes de los primeros treinta segundos para mitigar el riesgo de ser abandonado. Si bien esta tendencia no comenzó con el streaming, Drott considera probable que la peculiar estructura de incentivos de las plataformas, su propia racionalidad económica, es decir, los mecanismos de monetización, haya reforzado esta tendencia en un punto quizá de no retorno. Se graba para complacer al algoritmo. Los análisis de audio de Spotify son capaces de identificar transiciones dentro de una pista, métricas que definen el coeficiente danzable, sonoridad y poder para transmitir un tópico del afecto para calcular su valor global. La cura es la enfermedad.
The Smile quiere que el algoritmo trabaje un poquito más a la hora de la clasificación. El trío que Yorke integra con su compañero de Radiohead, Jonhy Greenwood, y el baterista Tom Skinner se resiste a este imperativo. Puede ampararse en el prestigio de sus nombres y una cuestión generacional. El cantante y letrista tiene cincuenta y seis años. Han sido educados en otras maneras de intervenir musicalmente. Sin embargo, ser adulto no es garantía de madurez en el rock, por lo general incapaz de relacionarse con el paso del tiempo.
Cutouts tiene un comienzo engañoso. La textura ramplona de los sintetizadores y la misma sucesión armónica de “Foreign Spies” puede llevar a la confusión. A no entender. ¿Qué están haciendo? ¿Venden jabón? La voz de Yorke pone las cosas en su lugar. Parece la publicidad de un desastre anunciado. “En un mundo hermoso / Nos derretimos / Y vamos corriendo / Clavados / En algún lugar al acecho”. Lo que sigue es entonces el verdadero disco. Y tras el falso inicio llega “Instant Salm”, donde el uso de las cuerdas intersecta la gramática beatle de George Martin con técnicas contemporáneas. “El vacío tiene muchas formas / Lo único es escuchar”, propone Yorke. La guitarra de Greenwood es cada vez más expansiva y refinada, ha ganado en precisión y violencia, y eso es contundente en “Zero Sum”, donde el power trio se amplía con la presencia del saxofonista Robert Stillman. “Suma cero, punto discutible / Un recorte tratando de llenar el vacío / Una sonrisa de mierda, una actuación / Escucha atentamente / Oirás que los pájaros están en el lugar equivocado”. La escucha y el vacío como recurrencia. “Afortunadamente allí el sistema proveerá”. Pero ¿cuál? Y entonces escuchamos como un ruego “Windows 95, Windows 95”. La prehistoria digital abrigaba otras promesas que no se cumplieron. Y aquí estamos. “Puedes cambiar de opinión / No me sorprenderé / Deja que tus colores vuelen / Las circunstancias cambian”.
El Yorke de “Colours Fly” apuesta por la impermanencia mientras el guitarrista sostiene el movimiento sobre la base de una escala exótica. The Smile deja mucho aire en este disco para que los instrumentos y la voz se luzcan. La relación fondo-figura es sutil y nunca recargada. “Eyes & Mouth” acerca a Greenwood al Robert Fripp de los ochenta, pero esa escalística se pone en entredicho con el melos de Yorke y esa promesa que pasa de canción a canción como una carrera de relevos: “Pronto para completar su transformación / Entonces comenzando todo esto de nuevo”. Si el cambio es la norma, sólo se puede habitar el mundo del streaming en virtud de los oropeles acumulados previamente. De lo contrario, la plataforma te engulle. Un veinte por ciento de los millones de canciones nunca han sido escuchadas. Son terra incognita. Y si The Smile puede relucir es no solamente por la calidad del cancionero sino por lo que denota su propio pasado.
Cutouts, como los trabajos preexistentes, suele ser escuchado en espejo con Radiohead. Wall of Eyes y su inmediato sucesor repiten el procedimiento expansivo que tuvo lugar a comienzos de este siglo con Kid A y Amnesiac. Dos grandes trabajos separados por escasos meses. Las críticas no dejan de lado ese contrapunto entre lo hecho y que se hace. The Guardian recuerda que han pasado ocho años desde A Moon Shaped Pool pero que ahora la fuerza motriz de aquel grupo ha encontrado una “veta rica” para poder profundizar su experiencia alternativa. The Independient reconoce una dificultad inicial en el disco, que reclama una atención superior al flujo de baratijas sonoras. Cutouts “sacude a los oyentes de cualquier complacencia”, pero al final ofrece el premio de la experiencia. “Cuando The Smile son tan buenos, no hay razón para quejarse de un regreso de Radiohead”. Al escuchar el último y hermoso corte, “Bodies Laughing”, que el trío viene presentando en vivo desde hace dos años, no podemos sino reconocer la evidencia. “Te estás cayendo de culo / Cayendo a través del cristal / Y todos se ríen / Cuerpos riendo”. Sí, nosotros también nos caemos porque nos levantamos.
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