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Hace unos meses, la Universidad de Buenos Aires suscribió un acuerdo con el Instituto Cervantes para la promoción conjunta de un certificado internacional de conocimiento del español. La firma del convenio, que involucra también a la Universidad Nacional Autónoma de México y a la de Salamanca, disparó una serie de respuestas críticas, muchas veces airadas, por parte de diferentes enunciadores colectivos que entendieron que era necesario hacer escuchar sus voces en el asunto, como los profesores de español como lengua extranjera que enseñan en la Facultad de Filosofía y Letras o los traductores nucleados en el Club de Traductores de Buenos Aires. Más cerca en el tiempo, a mediados de octubre, el escritor español Arturo Pérez-Reverte volvió a pedir, con argumentos regresivos de una tosquedad llamativa, la intervención de la Real Academia ―de la que es miembro― en los debates en torno al sexismo lingüístico y a las políticas de acción sobre esa cuestión de diferentes actores sociales y políticos de la península. El llamado al orden por el que clamaba el autor de la difundida saga del capitán Alatriste provocó la respuesta indignada de Francisco Rico, uno de los más conocidos expertos en la literatura hispánica del Siglo de Oro y cervantista reputado.
En ambos sucesos hay algo de ya escuchado. Son disputas que hacen visible la dimensión histórica de los debates en torno a la lengua. En ellas reemergen y se resignifican discursos sobre las lenguas que, de una manera u otra, atraviesan los archivos del mundo hispánico, de Nebrija a Borges, de Andrés Bello a García Márquez. Son esas zonas del archivo las que recorren los artículos reunidos en la Historia política del español, el volumen publicado originalmente en 2013 en inglés por la Universidad de Cambridge y editado ahora en castellano por la editorial Aluvión, de Madrid. Organizado por José del Valle, profesor de español en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, el libro se presenta como el primer paso de un proyecto histórico más amplio que cuenta con una plataforma digital especialmente diseñada para alojar colaboraciones e intervenciones de autores y de lectores.
En la Historia política del español participan especialistas de diferente formación que piensan el problema político de las lenguas desde América Latina, desde España y desde las universidades norteamericanas. El proyecto funciona en este sentido como una intervención crítica transversal de conjunto, equiparable a los volúmenes colectivos que suelen presentarse como resultado de los congresos organizados por las academias de la lengua de los que es la contracara. Lo hace, además, como una operación sustancial en la conformación de un espacio de pensamiento que, mucho más que una disciplina y mucho más, incluso, que una línea teórica, se concibe a sí mismo como un campo complejo de estudios. Se trata del campo de la glotopolítica, que comenzó a ser proyectado en América Latina en los años ochenta desde la Universidad de Buenos Aires por Elvira Arnoux, quien colabora en este volumen con un estudio sobre las gramáticas escolares en el Río de la Plata en el siglo XIX.
De la lectura de los estudios reunidos en el volumen coordinado por Del Valle se desprende que los límites de ese lugar glotopolítico desde el que se piensa la historia de la lengua no son, por cierto, los de un espacio geográfico concreto. Su frontera no es el Río Bravo, su confín no son los Pirineos ni es Tierra del Fuego, su espacio no espeja el de continente alguno. Se concibe, en cambio, como un lugar desde el que se despliega una historia alternativa a la narrativa evolucionista y en última instancia imperial asociada con el hispanismo y con sus derivas actuales en la política lingüística oficial asumida por la Real Academia, la Asociación de Academias de la Lengua y el Instituto Cervantes y sustentada por empresas poderosas del ámbito de las comunicaciones, como Telefónica de España y el grupo Prisa. Frente al logos panhispanista encarnado en esas instituciones, frente a una teleología que desemboca en un neoimperialismo de la lengua que hoy hace de la “unidad en la diversidad” una de sus principales divisas, la Historia política del español presenta una genealogía, una confluencia de narrativas alternativas.
El volumen no es en este punto el desarrollo de un relato orgánico. Es más bien la exploración discontinua de diferentes momentos históricos en los que se produce el quiebre, la ruptura y la redefinición en términos explícitos de la lengua como objeto conflictivo, como espacio ideológico de disputas. La decisión de iniciar la serie con el artículo de Roger Wright sobre el comienzo de una reflexión política en torno al español a partir del surgimiento de una valoración explícita de la variedad romance es, a todas luces, sintomática. La historia política comienza, vista desde allí, cuando surge la conciencia de la existencia de una forma propia, que se va entramando a partir de entonces con la historia política de la península ibérica primero y de su expansión mundial en América, más tarde.
A lo largo del libro se recorren algunos puntos sustanciales de la historia de la lengua en los que lo político aflora de manera explícita, como el momento de surgimiento de las primeras gramáticas sistemáticas, como la de Nebrija, la expansión del castellano en el ámbito americano durante la conquista, la fundación de la Real Academia, la asunción de la norma académica como norma de Estado en España, los debates sobre la lengua y la emancipación en el sistema escolar argentino, la fundación del Instituto de Filología de Buenos Aires, las fronteras entre el castellano americano y el portugués brasileño, el lugar de la red de academias de América Latina y su relación con la RAE, la posición del catalán, el gallego y el vasco en los años de la República española, la situación de la lengua en Estados Unidos, etcétera.
Como conjunto, los estudios reunidos en Historia política del español conforman un análisis descentrado que enfoca y que desmonta las articulaciones históricas que se producen en la zona donde la maquinaria política se toca con el orden lingüístico, entre el espacio de la lengua, el del poder soberano y el despliegue de un dispositivo económico o administrativo. Se trata, en consecuencia, de una intervención crítica definitivamente política, que obliga a repensar aquello que se da como una verdad de suyo: el carácter naturalizado y acrítico del metarrelato de la unidad y de una diversidad tolerada en el que, en teoría, se resume la historia de la lengua española.
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