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Contra violencia, placer
Enfoques colectivos acordes con las circunstancias. A los varones les resulta difícil medirse con preguntas como esta: ¿cómo buscar claridad en temas de maltrato por causa de género sin seguir acríticamente consignas generalistas y, a la vez, ser justos con las partes implicadas? ¿Cómo favorecer un clima de intercambio sobre la libertad sexual?
Lo primero sería no caer en la trampa comentada del Not All Men. Al vaciar de contenido la responsabilidad colectiva de los hombres, la mentalidad que fomenta esta consigna prolonga la hipocresía de varones que reconocen que seguramente hay un problema pero que, en su caso particular, una eventual condena penal no podría involucrarlos. A hombres que desean “ser justos”, las formas de ciertas ofensivas feministas pueden parecerles ríspidas y descontextualizadas. Pero la reivindicación de tolerancia cero ante el abuso ayuda a acelerar su toma de conciencia sobre las raíces de la relación desigual entre hombres y mujeres, resumibles en el concepto genérico de patriarcado. Sospecho que este concepto está llamado a ampliarse y a ser profundizado, y que a los hombres les corresponde participar con las mujeres en esa investigación existencial, aunque por desgracia tarde en concretarse.
Remontando las raíces del patriarcado, el hombre que aspira a una verdadera “justicia de género” tiene que descubrir la pervivencia de multitud de micromachismos naturalizados por él desde la crianza infantil y de los que se ha beneficiado antes de tomar conciencia de ellos. Intentar “ser justo” a menudo implica ponerse en contra del “sentido común masculino” en materia de maltrato de género. Luego cabría insistir en los rasgos de la mencionada situación de emergencia. Para la generalidad de los casos, lo importante es actuar de forma rápida, clara, colectiva y contundente, según lo especificado más arriba. A un hombre le cabe apoyar de oficio la sanción social (a pesar de reticencias sobre detalles en su aplicación) mientras llega la sanción penal, habitualmente mucho más tarde (si es que llega). Y tiene que aceptar como un mal menor las denuncias por si acaso, aunque igualmente se irrite y solicite aclararlas. Al mismo tiempo, ninguna urgencia podría absolver a la sociedad de considerar con calma y argumentos “casos ejemplares” que conviene entender mejor, incluso para hacer avanzar más velozmente una conciencia amplia del problema del maltrato por causa de género. Al repasar diferentes situaciones archipúblicas, se ve que no merecen el mismo tratamiento casos que son distintos, aunque parejamente condenables del punto de vista moral. A veces, cuando hay hechos penales probados la sanción penal se verá ayudada al reforzarla con la sanción social de iniciativas como Me Too, Se acabó, Cuéntalo, Ni una más, Línea 144, etcétera.
Enfoques privados para preservar las prerrogativas del placer.
Fantasía. El análisis del maltrato por causa de género constituye una aplicación del principio de realidad y permite la elaboración de discursos que, sea para concordar o discordar, resultan indispensables para conectar entre sí a las personas en los planos colectivo, microsocial y privado. Pero esa línea de razonamiento quedaría incompleta si no agregamos otro aspecto fundamental: en el siglo XXI se admite que la fantasía es una forma clave de comunicación interpersonal. Junto al espacio preciso de los hechos falseables, ágora necesaria de encuentros y desencuentros, se extiende un verdadero no lugar, por definición movedizo, vacío, casi inabarcable (pero no menos “real”), regido por la memoria personal y por la actualización constante de emociones que reconocemos permanentes: es lo que se denomina “fantasía”. Esta pone de manifiesto y cataliza pulsiones que laten en la persona y demuestran tener larga durabilidad. Se trata de impulsos internos capaces de crecer mediante la exploración de todas las emociones imaginables, muchas de ellas nacidas en el seno de una relación de pareja de carácter sexual, tomando la forma de deseos de nuevo cuño, despertares insospechados del registro intersubjetivo.
El concepto de fantasía se presta a discusión. Según algunas corrientes, la fantasía llevada al extremo constituye un rasgo negativo, frecuente en lo que denominan “trastorno narcisista de la personalidad”. Pero en análisis más abarcativos, la fantasía cumple funciones valiosas para la vida psíquica de la persona, aportando pequeñas regresiones compensatorias con efectos reparadores en pro del cumplimiento de los deseos. Freud acertaba al considerar el fantaseo como reservorio que conserva un estado natural en el que todo puede seguir existiendo, e incluso crecer y proliferar según su gusto: el análisis freudiano de los sueños se apoya en esa visión productiva de la fantasía. Sin embargo, análisis posteriores de la fantasía consideran limitativo reducir la ensoñación consciente a simple derivativo de algún deseo. La vida psíquica es inagotable, arborescente, parcialmente no escrita y no del todo conocida. De modo que puede hipotetizarse la creación de nuevas fantasías emocionales, medio posible para ir más allá de los estereotipos y buscar formas más desarrolladas de relación personal.
El consentimiento cataliza la fantasía. Aplicando la perspectiva que antecede a una relación que incluye la dimensión sexual, si los pares acceden a modalidades más profundas de contacto interpersonal significa que se aúnan en la búsqueda de placeres compartidos. Las emociones constituyen un elemento central para el desarrollo de fantasías, sin tener estas que estar determinadas en todos los casos por tipificaciones colectivas previas, o por el placer de la moral social convencional. Las fantasías se apoyan en impulsos internos, pero su manifestación depende en buena medida de condiciones ambientales favorables, entre las que cuenta la relación íntima, que estas notas reclaman clave de un cambio de perspectiva sobre el asunto de la libertad sexual.
Tratar bien, tratarse bien. Si entre un hombre y una mujer se produce una conversación profunda en torno al maltrato por causa de género, su diálogo no dejará de ampliarse hasta tomar en cuenta las fantasías personales que dan forma al espacio vacío e insondable del deseo y permiten concretar el buen trato del placer, por todos los medios a su alcance. Siempre algo nos determina a actuar, es bien cierto. Pero la determinación nunca es completa, ya que vivimos “en un régimen de libertad relativa”, al decir de Jean-Luc Nancy. La conversación íntima entre los miembros de una pareja los llevará a explicitar fantasías que tenían postergadas, escondidas o ignoradas, sea que las/los han acompañado durante toda la vida, sea que hayan nacido al calor de una relación que la pareja vuelve posible. Lo que digo revela el verdadero carácter tanto de la relación de pareja como de la fantasía. La relación íntima es mucho más que uno más uno: constituye una plataforma sólida y móvil para la reinvención de cada individuo y, gracias a ese contexto, proyectarse hacia su universo personal y hacia el mundo exterior. Por su parte, la fantasía es mucho más que ensueño o figuración; apunta a un desarrollo de la sensibilidad y de la imaginación sobre las que se apoyan dosis crecientes de inventiva y creatividad.
Relatar. Las personas que conversan íntimamente acaban contándose sus fantasías. Cada parte puede complacer a la otra y brindarle satisfacción acrecentada: así adquieren carta de ciudadanía ritos personales, fijaciones eróticas, manías curiosas y toda suerte de escarceos difíciles de entender fuera del código secreto de la relación. ¿Acaso el hecho de consentir no incluye complacer al otro, desvivirse y padecer por el otro, morir si hace falta por el otro? ¿Y no es el impulso de consentir uno de los grandes alicientes de la vida compartida?
Inventar. De mutuo acuerdo los pares se hacen capaces de transitar un camino concebido y posible tal vez sólo para ellos dos: un estilo que no tiene por qué seguir rutas ya probadas o dictadas para la generalidad de casos, ciñéndose los pares a crear o adaptar juegos de roles según sus preferencias. Puede en una/uno aflorar el deseo de dominar y de forma alternante (o no) el de ser dominada/o, oscilación que da juego a su relación. Puede que una/o disfrute sintiendo o infligiendo rigor y rudeza física de o hacia su pareja, consciente de que eso acrecienta el apetito sexual de ambos. Puede una/uno explayar tendencias exhibicionistas, soñar con tríos, ser un voyeur, practicar la escucha telefónica pasiva o ser un cornudo consentidor. Puede una/uno gozar al dejarse masturbar o a ser vista/o mientras se masturba, con los dedos o con adminículos, revelando la intensidad de una emoción individual que se exhibe en la seguridad de un ámbito donde todo puede ser compartido. A ambos puede apetecerles el sosiego y la dulzura, la lentitud y el cuidado; hasta que otras veces la irrupción, llena de fuerza y premura, incluye roces y dolores que no tardan en entreverarse con el manso placer: una pareja alterna hacer el amor con coger, oscila entre acariciar y dar(se) coscorrones.
Dolor. ¿Quién dijo que el gozo sólo es caricia? ¿Quién dijo que el lenguaje basto (que juega a lo denigratorio), así como el trato rudo (que juega al castigo) en todos los casos son violencia? En el seno de una pareja que de verdad investiga su placer no es raro que alternen gozo y dolor. Cierta dulce crueldad puede ser reconocida como acicate del placer perseguido. Incluso puede que alguna dosis de animalidad sacie el deseo de hipermaterialidad propio de los amantes, a fin de entrelazarse y buscar el equilibrio necesario con su complemento, aquello que vivimos como sentimiento de desmaterialización, característico de la petite morte que en cada orgasmo disfrutamos.
Humor. Es otro ingrediente indispensable en una intimidad sexual gozosa, que sería impensable sin dosis abundantes de broma e ironía: bromear, tontear, burlarse, tomarse el pelo. No hay sexualidad ajena al humor de lo serio-cómico, por decirlo con las sabias palabras de los pensadores cínicos de Alejandría. De pronto ella le confiesa que lo que de verdad le gustaría es tener un asunto con ese culturista turco sentado dos filas por delante en un vuelo a Estambul. Es cuando él le devuelve susurrando sus ganas de encamarse apenas vuelvan con la curvilínea dependienta que le sonríe al comprar el pan. El tono ligero, relajado, del tonteo desborda rápidamente lo sexual. Se acaba extendiendo a cada aspecto del intercambio, por mínimo que sea, dentro o fuera del registro lingüístico, gestual o sexual. Lo serio-cómico de a poco lo invade todo y crea una atmósfera propicia para permitir que se expanda la sexualidad como otra dimensión lúdica más, sirviendo para que (bañados en el aura estimulante de energías que se entrelazan sin autor ni reclamo) los juegos de rol dejen de adoptar la forma rígida, jacobina y aburrida que tantos films o textos ofrecen sobre el tema. Porque muchos juegos de rol fallan justamente al no comprender en qué consiste de verdad jugar, dimensión creativa que incluye el riesgo y el acicate de lo desconocido, eso que sólo toma forma al ser realizado. No olvidemos que, además de creativo, el juego del amor, para que dure, tiene que ser ameno, atractivo, divertido (todo ello aditamentos de lo placentero).
Sin mapa. Ajena a códigos morales o a prescripciones religiosas, la fantasía no tiene más objetivo que la consumación del placer de sus agentes. Los planteamientos de la libertad sexual íntima bien pueden ir por fuera de la ley religiosa cuando esta se limita a subsumir el placer carnal al fin considerado superior de la procreación, embretando el juego erótico en el amor estoico o pseudomístico y marcando (sin consultar a los protagonistas) espacios y tiempos autorizados para el coito. Los amantes también pueden mantenerse ajenos a los reclamos organicistas de la ley civil, cuando en esta la utilidad social de la dinámica familiar minimiza las dimensiones personales y se reduce a fiscalizar la productividad de la célula hogareña y su contribución al crecimiento demográfico. Si a los amantes que avanzan en su camino singular con responsabilidad les queda claro que sus prácticas no los degradan, no los violentan, no los envilecen, es señal de que todo sigue abierto entre ellos para orquestar el ensayo de comunicación íntima que constituye una clave de la libertad sexual.
Círculo que no cierra. Hay algo de la vida social que no acaba de cerrar cuando se la observa desde la intimidad. No es malo que ello ocurra, estamos ante una situación de heterogeneidad insoluble, típica de lo que se llama vida, o también fuerza, o impulso vital o instinto de existir. De ahí que la dinámica social le plantea a la existencia íntima la posibilidad de un criterio que resulta útil para muchísima gente y que merece ser tomado en consideración; por su parte, la dinámica íntima plantea a la sociedad la necesidad de mantener abiertos los canales para que el impulso de existir siga circulando y para que todo no se transforme en mecanismo, repetición y obediencia irrazonada ante ciertas regulaciones.
Libertad. Es en el código no publicitado de cada relación íntima donde se establecen prácticas atrevidas que pueden aprender a ser respetuosas. Se necesita valentía y persistencia para practicar los derechos de la libertad sexual: derecho a la actividad sexual, incluyendo el placer; derecho a la seguridad sexual, sobre una base de consentimiento; y derecho a la expresión sexual de las propias opciones, con criterios basados en la diversidad. La libertad sexual constituye un reino a descubrir, inédito para la mayoría de mujeres y hombres, abierto a los que luchan por encontrar su lugar en el mundo. En ese no lugar protector e inalienable, ajeno a límites prefijados, cada uno aprende que el máximo placer consiste en desasirse de la idea de sí misma/o, brindarse de lleno a la otra persona para, por esa vía, encontrar lo profundamente interno.
Lucha. Todo lo anterior no podrá conseguirse sin muy considerables esfuerzos, ya se ve. Durante los próximos años y décadas los hombres y mujeres que conversan se encontrarán surfeando una montaña rusa de razones y sentimientos, criterios y emociones, entre chispazos de luces y hondonadas de vacilaciones y temores. Estas notas mencionan las dificultades que plantea un asunto complejo y a menudo esquivo. Y por más que la libertad sexual siga siendo ferozmente combatida por los agentes del resentimiento, si queremos mejorar como personas y avanzar como sociedad no podemos dejar de buscarla en nuestra vida individual y relacional.
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