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El esfuerzo de Marx por salvar el trabajo humano de la alienación a la que lo somete el libre mercado no parece haberse enfrentado en todos sus fundamentos con la ambición ilimitada de incremento del capital. Las apropiaciones de la regulación cronométrica taylorista/fordista de la producción por parte de la Unión Soviética en su plan de industrialización acelerada, primero, y por parte de la China maoísta en su proyecto de Gran Salto Adelante, poco más tarde, hicieron visible un aspecto acaso oculto del “apasionado compromiso de Marx con un aerodinámico futuro tecnológico” (las palabras son de Fredric Jameson). Pero no hay que cometer el error de suponer que los ideólogos capitalistas y comunistas han sido los únicos en ilusionarse frente al horizonte abierto por la aceleración moderna. Marinetti, al fin y al cabo, entonaba sin descanso emocionadas loas a la “belleza de la velocidad”, dando muestras claras de que el (proto)fascismo no se diferenciaba en ese aspecto de los demás proyectos que le eran contemporáneos. En cualquier caso, tampoco se trata exclusivamente de repartir culpas entre los “grandes relatos” de la historia moderna: desde las fantasías auspiciadas por autos, trenes, aviones y barcos cada vez más potentes hasta la impostergable necesidad de inmediatez de las computadoras y la interconexión global a través de Internet, buena parte de la población mundial ha vivido el último siglo fascinada por la velocidad, por la posibilidad de integración de la labor humana y la acción de las máquinas. La influencia de ese sentimiento en la vida cotidiana no puede en modo alguno ser sobreestimada. No lo queremos rápido, lo queremos más rápido. Y más.
Benjamin Noys ha acuñado un término para referir esas fantasías: son “aceleracionismos”. Su preocupación central gira en torno de la idea de que la crisis en que nos encontramos, crisis que es a la vez sociolaboral y ecológica, política y económica, no es independiente de ellas.
En la estela de la dromología, el estudio de la lógica de las velocidades que Paul Virilio inauguró en Velocidad y política hace casi cuarenta años, Noys emprende ahora su investigación con el objetivo explícito de romper con la atracción que el aceleracionismo produce en nosotros, o al menos de abrir una grieta. En su búsqueda, felizmente, no pugna por la lentitud, como los movimientos slow, que alguna fama han cobrado en los últimos años, o las propuestas siempre confusas de regreso a la frugalidad. Portador de una declarada “sensibilidad de izquierda”, miembro activo de revistas como Historical Materialism y Anarchist Developments in Cultural Studies, profesor de teoría crítica en la Universidad de Chichester, apoya su empresa en el estudio de la filosofía continental (ha publicado The Persistence of the Negative: A Critique of Contemporary Continental Theory en 2010) y en la relectura de algunos nodos conceptuales provenientes del psicoanálisis. La necesidad de una “reconfiguración del deseo” y el replanteo de la noción de “fuerza productiva” pueden considerarse pilares de su proyecto.
“Phuturismo ciberpunk: políticas de la aceleración” es la transcripción de una conferencia dictada en Brasil en 2012. Sus reflexiones en torno del aceleracionismo se encuentran desarrolladas extensamente en Malign Velocities. Accelerationism and Capitalism (2014). Allí se encarga de rastrear los orígenes y el desarrollo de las fantasías ideológicas de aceleración, así como de examinar su presente vivo, prestando especial atención a las “claves de los elementos libidinales” continuados hoy en una estética aceleracionista que, más allá de sus promesas de hacer estallar el capitalismo exacerbando su propia dinámica, parece particularmente compatible con los intentos de restauración de una producción regida por el libre mercado y el constante flujo financiero de capitales.
Frank Kermode recomendaba no dejarse tomar por la sensación de que la propia crisis es más extraordinaria o inquietante que las de nuestros antepasados: “sería infantil sostener en un análisis de cómo se comportan los hombres bajo la amenaza escatológica, que las bombas nucleares son más reales y llevan a uno a experimentar sentimientos de crisis más auténticos que los ejércitos en el cielo. […] El carácter de nuestro Apocalipsis se conoce a partir de nuestras imágenes de pasado, presente y futuro y no a partir de esta idea de que nuestra crisis es única”. Noys invita a observar nuestra crisis en la estética aceleracionista que parece hoy habitarlo todo. Acaso no sea un intento descabellado.
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