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El aceleracionismo reconoce la incomodidad política como origen y una excitación de carácter absoluto como motor de intenciones. Su punto de ignición hay que buscarlo en el “Fragmento sobre las máquinas” de Marx (en el Discurso sobre el libre intercambio, de 1848), pero su manifiesto fundacional, firmado en 2013 por Alex Williams y Nick Srnicek, abreva en el Antiedipo de Deleuze y Guattari, que es de 1972. Puede decirse, por lo tanto, que el aceleracionismo conecta los siglos XIX, XX y XXI con un optimismo suicida respecto de las posibilidades de la producción maquínica desencadenadas por la Revolución Industrial. “No retirarse del proceso capitalista”, objetan a la izquierda más frustrada, “sino acelerarlo”, incluso, “hasta el colapso ecológico planetario”.
Las posiciones aceleracionistas más entusiastas pueden pasar por una suerte de vitalismo diseñado para nuestra época de desconcierto. Nick Land, que maneja un arsenal teórico y los recursos estilísticos de los mejores escritores ciberpunk, echa mano a la llamada “destrucción creativa” del economista Joseph Schumpeter para empujar las posibilidades revolucionarias del capital al extremo nihilista de la desaparición de una civilización. Agudizar las contradicciones del capitalismo implica redireccionarlo hacia algo muy parecido al derrumbe sociopolítico, entre iras tecnológicas y holocaustos mentales. Su texto “Colapso” podría funcionar perfectamente como introducción a una posible tercera entrega de Blade Runner, y ese poderoso imaginario lo pone en el riesgo de extinguirse en una regurgitación fetichista de tics nerviosos. En textos aún más extremos (como el fundamental “Machinic Desire”), Land ha sabido objetivar definitivamente sus ideas martirizantes sosteniendo que si el sistema capitalista se encamina necesariamente hacia el desastre, el crecimiento infernal de economías como la china no puede ser otra cosa que el despliegue violento de una secuencia de acontecimientos catastróficos cuyos efectos aún están por verse. Lo curioso, dado este contexto teórico, es que las críticas al aceleracionismo provenientes de la izquierda progresista (Berardi, Negri, Fisher) no logran contrarrestar el relampagueante poder de exposición de Land con otra cosa que no sea el pesimismo tenso y paralizante en el que languidecen desde hace más de cuarenta años, y que consiste, básicamente, en la crítica melancólica por lo que no pudo “llegar a ser”, con fugas, en el caso de Fisher, hacia el paraíso contracultural como refugio de expectativas transformadas en lamentos. Frente a esa clase de placer mortuorio en la descripción de una agonía interminable, las formas beligerantes del liberalismo aceleracionista e hipermoderno de Land se muestran terriblemente atractivas como conceptualizaciones furiosas de fuerzas fluyentes que nadie sabe muy bien cómo contener. Entregarse a ellas con un hedonismo algo sádico, basado tanto en opciones tecnocientíficas como en un nihilismo desordenado y huidizo, es una propuesta tan innovadora y desconcertante que nadie parece, hasta el momento, poder retrucarla con recursos de igual contundencia estética.
Armen Avanessian y Mauro Reis (comps.), Aceleracionismo, traducción de Mauro Reis, Caja Negra, 2017, 304 págs.
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