Desire the right. Sobre Lo que no sabemos de Malvinas, de Sebastián Carassai

Inventar nuevas constelaciones implica mover los astros. La frase que escribe Natalia Fortuny para referirse a dos de los proyectos fotográficos que estudia puede trasladarse a su propio hacer como investigadora y también como poeta, esferas que consigue fusionar. Inventar nuevas constelaciones conlleva crear redes humanas y no humanas de pensamientos e imágenes y transitar erráticamente temporalidades disímiles. Como aparece en Warburg y en Benjamin, las constelaciones siempre inconclusas y de lectura abierta poseen lógicas anacrónicas y sintomáticas que permiten establecer relaciones entrecruzadas y múltiples. Las fotografías y los conceptos que fulguran en Arder con lo real son satélites y astros que, en el planetario común que construyen, se revelan (con “v” pero quizá también con “b”), se dan a ver, y arman nuevas órbitas estéticas y políticas.
En “Paisajes”, el primero de los tres capítulos, Fortuny se aproxima a un conjunto de fotografías que le permiten correrse de la concepción moderna que entiende el paisaje como mera composición humana. Aparece, en cambio, como un territorio de múltiples intercambios en el que los existentes fluviales, celestes y vegetales guardan historias que fulguran en las imágenes. Así, el ya icónico rostro de Julio López capturado por Zout, proyectado sobre un margen del río Ctalamochita y vuelto a fotografiar por Orge se potencia en una aparición fantasmática-vegetal; algunos paisajes de postal acompañados por textos que describen el horror que soportan esos espacios se resignifican a partir de ese contraste entre imagen y palabra en un proyecto de Salas. Solo por mencionar dos de las prácticas estéticas estudiadas, pero algo semejante sucede con los cielos de Rojas Mugica, los troncos de Luttringer, los jardines de la Esma de Ulanovsky, las flores del mismo sitio de Díaz, los bosques de Cabezas Hilb o las naturalezas de Cerutti.
En “Superficies”, Fortuny profundiza el enfoque materialista a partir del análisis de tres constelaciones: una con imágenes de Travnik, Hafford y Dell’Oro sobre pieles humanas y no humanas que muestran ciertas tramas de Malvinas, otra que intercala fotografías de Porter con intervenciones de Mangiante acerca de la confiscación de depósitos bancarios en el 2001, y una última con collages de Schoijett y Quieto. En las superficies, en las de aquello que la imagen muestra, pero también en la propia materialidad de lo fotográfico, aparecen los pasados vividos, que son, como dice la autora con palabras de Didi-Huberman, cortezas de la historia.
“Artefactos”, el último capítulo, trae la pregunta sobre el tiempo o, mejor, sobre la heterocronía de lo fotográfico. Esta cuestión es pensada nuevamente con una red de fotografías —esta vez de Valansi, Aveta y Res— en las que se entretejen la historia y la violencia, las tensiones entre lo visible y lo que se oculta, entre los pasados, los presentes y los futuros.
Arder con lo real es, entonces, un montaje de imágenes y conceptos, ambos entendidos como resplandores pasajeros, que permite explorar (o pensar sin dictaminar) ciertas materialidades fotográficas que se ubican entre lo humano y lo no-humano, entre lo natural y lo cultural, entre lo verdadero y lo falso, y sus potencias políticas. Las imágenes arden con lo real no porque lo imiten, sino porque lo ponen en crisis y lo reorganizan.
Natalia Fortuny, Arder con lo real. Fotografía contemporánea entre la historia y lo político, Colección Pretéritos Imperfectos, ArtexArte, 2021, 204 págs.
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