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Hay en los textos de Matías Serra Bradford una delicadeza oblicua, esa característica que suele encontrarse en la poesía. En cierto modo, podríamos relacionar su libro más reciente con Siluetas (1992), de Luis Chitarroni. Podríamos pensar en Thomas De Quincey, un escritor anfibio. Pertenece a esta tradición. Para poder reseñarlo con justicia habría que aspirar a un tipo de reseña utópica. Tal vez así podría hacérsele justicia.
Cómo falsificar una sombra (20 obituarios) es un libro que despide a un mundo que se va. Pertenece a un género cuyo objetivo principal es el homenaje y la despedida sentimental. Cada uno de los ensayos que lo componen, sin embargo, es iluminador y a su manera festivo, celebratorio y en ocasiones crítico, de una rigurosidad biográfica y estilística digna de la exactitud profesional de un cirujano diestro usando el bisturí.
En el texto dedicado a John Berger dice: “Había en él una evidente tensión entre serenidad y furia (contra todo lo que detentara poder excesivo)”. Escribe sobre Berger como se podría escribir sobre un padre. Pero tal vez esto se pueda decir de muchos de estos ensayos. Claro que no siempre se escribe sobre los padres en el tono de los homenajes. También existen observaciones agudas e incluso solapados reclamos.
En el texto sobre Eric Hobsbawn dice: “Casi se podría decir de Hobsbawn lo que él comentó de Dizzy Gillespie, a quien no le faltaba ningún don excepto el de la voluntad de revelar su alma”. “Es válido recordar que su férrea lealtad a un marxismo idealizado no lo obligó a prohibirse el hedonismo irreal del jazz (sobre el que escribió con seudónimo y con gracia, como el poeta y votante conservador Philip Larkin)”. Es en pasajes como este donde descubrimos que Serra Bradford no sólo se ocupa de los aspectos principales de la obra y de la vida de sus biografiados, sino de detalles que revelan aspectos y pasiones laterales de estos autores.
En “Final de partida para un editor: John Calder”, escribe: “De las extensas hectáreas de pastoreo que Gran Bretaña ha dedicado a la cría y engorde de excéntricos, el territorio editorial es uno de los privilegiados. En ese paraje existían dos figuras que han desaparecido: el editor de profesión y el editor propietario. Entre los primeros puede nombrarse a T.S. Eliot, Graham Greene, Anthony Powell, Diana Athill y Jenny Uglow, todos ellos escritores peculiares (sólo hace falta corromper una sílaba para pasar de escritor a editor)”. “En esta isla de vocación provinciana la reputación de Calder se debe al brío con que promovió autores extranjeros y experimentales y, sobre todo, a que fue durante décadas el editor inglés del irlandés Samuel Beckett”. Información y estilo eruditos conviven en las páginas del libro de Serra Bradford con la fluidez de las buenas conversaciones. Esas conversaciones en las que siempre uno de los participantes termina por monopolizar la atención.
Por último, quisiera hablar del primer ensayo del libro: “J.D. Salinger detrás del cerco”. Empieza citando el libro que Bioy Casares escribió sobre su relación con Borges. Serra Bradford cuenta que en la página 80, aparece lo siguiente: “Trato de elogiarle The Catcher in the Rye… pero estoy vago y sin elocuencia”. Esto ocurre en 1953, a dos años de la publicación de la novela de Salinger. El 2 de enero de 1969, en presencia de Borges, Bioy vuelve a la carga: “Hablo de Salinger, cuyas Nine Stories releo. Borges sostiene: ‘se dice Salinguer, porque es judío’”. “No es raro que a Bioy le interesara el autor de los Nueve cuentos y a Borges sólo el origen de su nombre”. En este ensayo, Serra Bradford deslumbra por la capacidad de asociar en tan pocas páginas tantas anécdotas y referencias a la historia de la literatura. Termina con el siguiente axioma: “A fin de cuentas, la buena literatura parece darse cuando casi todo le sucede al lector”.
Matías Serra Bradford, Cómo falsificar una sombra (20 obituarios), Vinilo, 2021, 124 págs.
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