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Quevedo explicó hace siglos que leer es escuchar con los ojos a los muertos. La sinestesia, descubrimos muy pronto, no es sólo un ingenioso concepto barroco, sino un resultado casi natural del acto de leer. Esa es, al menos, la primera idea que deja Contramarcha, la memoria lectora de María Moreno: un recorrido por experiencias sonoras, táctiles y sexuales asociadas al descubrimiento infantil de la lectura. En la infancia, viene a decirnos, se lee con todo el cuerpo.
La colección Lector&s de Ampersand, dirigida por Graciela Batticuore, ha constituido un cuerpo de testimonios que es a la vez una serie de biografías intelectuales y un mapa de las lecturas —sobre todo, las lecturas de formación— de varias generaciones: no sólo de los intelectuales convocados, sino de buena parte de los que estamos del lado de afuera del libro. Espero que no parezca una descortesía comenzar hablando de una colección antes que del libro a comentar. Es que un marco tan definido es una sombra inevitable y, en particular, los autores tardíos de una colección han perdido la inocencia y ya saben que formarán parte fatal de una serie. María Moreno escribe su entrega desde esa certeza y establece sus desvíos con plena conciencia.
Contramarcha no propone una biografía completa de sus lecturas —“estaba bajo la amenaza de enfermedad y muerte”, ha dicho en una entrevista, como si llegar hasta el presente en su recorrido “fuera convocar a la muerte”—. Se detiene, en cambio, en la adolescencia: en el momento justo en que a partir de una escena (ese pudor frente a una profesora de Castellano contado en la primera página, que la lleva a dejar el colegio) empieza a leer de otra manera. Es el progresivo abandono de los tiempos de la lectura voraz —“palurda”, estaría tentado a decir, copiando una adorable palabra rescatada una y otra vez en el libro— y sobre todo silenciosa, sin comentarios. Un momento clave en alguien que ejercerá la crítica, que vivirá comentando lecturas.
El libro comienza con diversos descubrimientos que limitan con la literatura: la gran narración novelística, a través de los radioteatros que versionaban a Víctor Hugo en el conventillo que su abuela administraba; la poesía, en el cruce de Gardel con Rubén Darío (y la preciosa imagen del despertar con los agujeritos de la funda de cuero de la radio grabados en la piel). Ya en el terreno de los libros, la lectura se liga a la sexualidad: primero con Colette —traficada en el azar de la “literatura juvenil”— y luego con Simone de Beauvoir, lectura “de todos los que echaban manotazos de ahogado para encontrar imágenes soberanas en las que templar la adolescencia”. Pero sobre todo puede pensarse que sus primeras “lecturas” (las comillas son deliberadas) son las conversaciones con su madre, con su abuela, con la Paraguaya, con sus compañeros de la escuela nocturna, con sus propias fobias y desdenes. Recuerdos finalmente tiernos —a pesar de sus pretensiones de dureza— en este libro convertido en una memoria de infancia. Después, dice, “comencé a leer, comencé a vivir”.
María Moreno, Contramarcha, Ampersand, 2020, 176 págs.
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