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Después del trabajo

Helen Hester / Nick Srnicek

TEORÍA Y ENSAYO

La tecnología puede liberarnos, al menos parcialmente, del trabajo. Claro que, en el contexto de nuestras sociedades capitalistas, eso implica un problema. Cuando las máquinas nos “liberen del trabajo” (¡ya lo están haciendo!), ¿cómo vamos a pagar el alquiler?

Entre quienes tratan de pensar una salida a esta encrucijada están los anti- y los protecnología. Los antitecnológicos, siguiendo una tradición que abreva en el romanticismo, una lectura humanista de Marx, y fundamentalmente en Heidegger, postulan que hay que liberar al trabajo, hasta donde sea posible, de esa red tecnológica alienante, para que vuelva a ser genuina expresión de la capacidad humana de transformar el mundo. Sus modelos suelen ser el jardinero, el artista, el artesano, porque en ellos el proceso, el cómo, es tan o más importante que el resultado. Los protecnológicos, por el contrario, sostienen que la salida nunca es hacia atrás ni hacia el costado, sino siempre hacia adelante. Hay que acelerar el desarrollo para liberarnos del trabajo, que es parte del problema y no de la solución. Por supuesto, para que esta especulación poscapitalista no se transformara en una pesadilla de la desocupación, deberían cambiar radicalmente las relaciones sociales de producción, para que la automatización estuviera al servicio del bien común y no del capital. Suena un poco utópico… pero bueno.

Helen Hester y Nick Srnicek se inscriben en esta última línea. Ella es una pensadora posfeminista que invita a apropiarse de las nuevas tecnologías para emanciparse de las opresiones del sistema binario patriarcal. Él es un especialista en economía digital y coautor del Manifiesto por una política aceleracionista. Escribieron a cuatro manos este libro sobre el hogar, las tareas domésticas y la lucha por el tiempo libre. Para quienes gusten de los chismes, agreguemos que son pareja y tienen hijos en común, aunque con decoro británico se cuiden de mencionarlo a lo largo del libro.

Su punto de partida es señalar una limitación ideológica, un sesgo de género en el pensamiento del postrabajo, que se ha enfocado hasta hoy en el trabajo productivo asalariado, pero retrocede ante la idea de extender sus premisas a las tareas hogareñas. Muchos estaríamos dispuestos a considerar una buena idea que la automatización libere a los humanos, casi siempre hombres, de la minería o de la conducción de trenes. Pero ¿qué pasa si nos proponen algo similar con el trabajo de cuidado, en su mayoría a cargo de mujeres? Ayudar a un hijo, preparar la comida, mantener el orden de la casa, cuidar de los mayores, nos parecen tareas en las que el amor humano es irremplazable. Pero esas expectativas tejen una red infinita y asfixiante.

Ya en los setenta, la historiadora Ruth Cowan había demostrado que, pese a todos los cambios tecnológicos ocurridos entre 1870 y 1970 (¡agua corriente, electricidad, gas, conservación de alimentos!), el tiempo que insumía el trabajo doméstico… ¡no se había reducido! ¿Cómo podía ser? La tecnología había facilitado algunas tareas, sí, pero al mismo tiempo la familia nuclear se había atomizado, rompiendo lazos cooperativos, mientras aumentaban los estándares de lo que se consideraba una casa limpia, una comida saludable, una buena madre, un buen padre. A esto se suma que la tecnología aplicada al hogar no está realmente pensada para liberarnos del trabajo, sólo para hacerlo más llevadero. Existe un realismo doméstico, correlato del realismo capitalista postulado por Mark Fisher, que afirma que “no hay alternativa”: podrá aparecer un nuevo modelo de lavarropas o de lavavajillas (siempre individual, nunca colectivo), saldremos corriendo detrás de… ¡el horno de pan! ¡la freidora de aire!, pero la estructura social del hogar parece tallada en piedra. Cada uno preparando su comida, mientras ahí nomás, del otro lado de una delgada pared, alguien hace exactamente lo mismo, aunque esta duplicación de esfuerzos sea totalmente ineficiente. Nuestro imaginario del hogar y la familia es acotado y obstinado, como lo demuestran los restos de futuros perdidos que este libro recupera. Hoteles de departamentos con congeladores y lavaderos compartidos en Nueva York durante las primeras décadas del siglo XX, complejos de viviendas a gran escala con cocinas y otros servicios comunes en la Viena de entreguerras, son sólo algunos testimonios de que existieron, y podrían volver a existir, otras formas de compartir los trabajos y los días.

 

Helen Hester y Nick Srnicek, Después del trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre, traducción de Maximiliano Gonnet, Caja Negra, 2024, 288 págs.

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