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A punto de cumplir ochenta años, el creador del concepto de “no lugar” reflexiona sobre su trabajo como antropólogo describiendo el panorama de una retrospectiva autobiográfica intelectual. Para explicar la labor del etnólogo, Marc Augé regresa a su primer trabajo de campo —Costa de Marfil, 1965—, aquel sobre el cual “no dejamos de retornar, parece siempre portador de lecciones, sin duda porque corresponde a la experiencia inicial de un encuentro con los otros que no se presentará nunca más con la misma fuerza”. Lo primero que se aprende —dice Augé— es que, más allá de la preparación libresca o teórica que uno pueda tener, es el interlocutor del etnólogo quien fija los temas con sus respuestas. El etnólogo es como un detective —un observador que, de algún modo, intenta pasar desapercibido— que comparte con el psicoanalista la práctica de la “atención flotante”. Obligado a explicar su presencia allí donde pretende desarrollar su trabajo, “miente ciñéndose lo más posible a la verdad”, tratando de legitimar su mirada y su escucha.
Según Augé, el antropólogo debe desarrollar una mirada subversiva, en la medida en que buena parte de su tarea consiste en enseñar a sus “informantes”, a través de sus comentarios y de las preguntas que formula, que “aquello que hasta su llegada ellos consideraban natural es en realidad cultural y, en tanto tal, arbitrario”. No es en las diferencias sino en la base común de las diferentes representaciones donde el antropólogo detiene su atención. No existe un rincón del mundo en donde no tengan ninguna importancia la vida y la muerte, el nacimiento y la herencia, las relaciones entre hombres y mujeres, etc.
En “Del paisaje cultural al paisaje sobremoderno”, el autor explica en qué sentido todos los grupos humanos, más allá de lo reducidos o aislados que puedan estar, exploran su entorno inmediato imponiéndole un sentido, un orden. Así, lo que llamamos “naturaleza” es en realidad una “extensión del mundo humano”. Todo lo percibido como natural obedece a una gigantesca empresa de puesta en orden cultural. Hasta lo más lejano obtiene un nombre.
Augé explora lo que podría ser una antropología global (¿qué sería trabajar en un contexto planetario? ¿qué significa el planeta como paisaje?) y encuentra en el inmigrante a una suerte de extraño héroe, capaz de poner en crisis las certezas de un “lugar”. El capitalismo en su desarrollo actual —la cultura global del consumismo extremo— permite pensar una “antropología de la soledad” a partir del creciente aislamiento de los individuos. El individuo necesita relacionarse con el otro para construir aquello que Augé llama “lugar”, es decir, un sitio donde puedan desarrollarse alianzas, filiaciones, parentescos, residencias y relaciones de amistad. Una antropología de la soledad intentaría redescubrir en el mundo actual la base común que nos permita pensar —pensarnos a nosotros mismos— en una cultura posible, al cabo de la sobremodernidad de la que fuimos sujeto y luego, hoy, resultado.
Marc Augé, El antropólogo y el mundo global, traducción de Ariel Dilon, Siglo XXI, 2014, 160 págs.
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