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“Como la imprenta, la televisión primero sirvió para vehiculizar una imagen piadosa venida de arriba […]. Con el reality show, escapa de sus primeros amos”. Frente al pronunciamiento de un bobo productor de televisión, François Jost no pudo contener su indignación y ese movimiento del ánimo desembocó en el pequeño libro que, cinco años después de su publicación original en Francia, llega a nuestras manos. Claro, en esos años el reality encontró su fecha de vencimiento y hoy los profetas de la telerrealidad vagan en el desierto de las ferias de productos televisivos en busca de formatos más frescos. Pero antes de entrar al cuadrilátero con los ahora muy averiados contendientes de la trash TV local y global, Jost retrocede, mide sus fuerzas, analiza el terreno, ensaya un rodeo. En ese desvío, encuentra que la abulia de ese presente continuo donde se pavonea la total ausencia de virtudes y destrezas de una tan ordinaria common culture corresponde a un estrato que es preciso exhumar. Así emerge el continente de la trivialidad.
La tierra baldía de la banalidad se recorta entre los rezagos recolectados y encastrados del escenario posduchampiano de las artes visuales, y las reinvenciones de lo cotidiano operadas por Lefebvre, De Certeau o Perec. Incluso antes: Baudelaire ya clamaba por la degradación de la imaginación que implicaba el “culto bobo de la naturaleza” practicado por el paisajismo moderno. Entre otros episodios, el merodeo de Jost se detiene en las cintas magnetofónicas con las que Warhol grabó el aburrimiento amesetado de The Factory o las célebres y somnolientas ocho horas de Sleep. En el caleidoscopio de todos estos fragmentos lo ordinario halla su paradójica trascendencia: el cuestionamiento de todas las categorías estéticas hasta entonces en vigor, un elogio de lo superficial contra cualquier metafísica de lo profundo, una nueva vía por la que volver a liquidar al autor y el cultivo de un delicado olvido de sí disuelto en la anodina acumulación de las horas y los minutos.
Ahora bien, ¿qué hicieron los medios masivos con el legado de lo banal?, se pregunta Jost y asesta su golpe: lo banalizaron. El reality show traiciona el discurrir continuo con un montaje silente, traiciona el descentramiento del sujeto con el soborno populista de la emoción televisiva. El giro es previsible: aquel terreno disruptivo y fecundo de lo ordinario labrado en el huerto de las artes se vuelve tóxico en su emplazamiento mediático contemporáneo. La conclusión tal vez es trivial, más allá de su verosimilitud, por cierta ausencia de riesgo: las artes y los medios siguen cada uno en su lugar. Aun así, el desvío por el basural de lo que no vale nada bien vale la pena.
François Jost, El culto de lo banal. De Duchamp a los reality shows, traducción de Agustina Pérez Rial, Libraria, 2012, 144 págs.
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