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Además de ofrecer un banquete de erudición, una prosa inusualmente luminosa y una rigurosa argumentación sobre un tema original y atractivo, El dios sensible. Ensayo sobre el panteísmo tiene la capacidad de devolverle al lector, desde el comienzo y a lo largo de sus siete capítulos, algo de esa fascinación infantil de genuino talante filosófico guiada menos por la necesidad acumulativa de conocimiento que por un anhelo vital de contacto con el mundo. Orientado a la interrogación sensible de existencias singulares, incluida la propia y la del propio pensamiento, el panteísmo podría ser un nombre para la experiencia de la diferencia y de la multiplicidad —de formas, relaciones, movimientos y pasiones— en tanto tienen lugar en el plano vivo y dinámico de lo que, a contrapelo de la condena que supo pesar sobre ella, el panteísmo entenderá por materia. Es la potencia de un contacto extático que sucede por fuera de las conciencias y que también se ha dado en llamar dios. Pero el dios panteísta, el dios que “se hace sensible a sí mismo en la materia”, es un dios ajeno, o más bien contrario, no sólo a toda teología sino a toda ontología. Es el nombre de una ética: la ética materialista que el libro se propone leer e interpretar en una tradición esquiva, fragmentaria e internamente heterogénea.
Doctorado en la Universidad de Florencia y especialista en Spinoza, Dattilo va componiendo los hilos del tapiz panteísta de la mano de autores y textos diversos y lejanos en tiempo y espacio. A Spinoza se suman Giordano Bruno, David de Dinant y Amauri de Chartres (ambos condenados por herejes), la Cábala luriana, la tradición estoica, Schelling, Heidegger, Benjamin o Agamben. También la literatura, con fragmentos de Kafka, Poe o Lispector, en un recorrido que busca “repensar el objeto mismo caro a los autores panteístas”. ¿Pero cómo concebir ese objeto? Dattilo sugiere que al modo de un viento arrasador que barre con todos los dualismos sobre los que se consolidó la tradición dominante en la filosofía y la ciencia modernas: dios y naturaleza, lenguaje y mundo, mente y materia, sagrado y profano, sensible e inteligible, entre otros tantos.
Así como, en un bellísimo texto temprano cuyo léxico “teológico” urdía una red conceptual que ponía a rechinar los dientes de desprevenidos contemporáneos, Walter Benjamin había interrogado tanto la escisión absoluta como la pura identidad entre ser y lenguaje, el libro de Dattilo convoca, a su manera y a propósito de la identidad entre dios y naturaleza, el abismo metafísico que acecha en la tentación de identificarlos sin más, y hace suya, como Benjamin, la exigencia crítica de permanecer suspendidos sobre él, es decir, de refutar tanto la separación absoluta como la disolución de las tensiones en una identidad simple entre los términos.
Corrosiva, antidoctrinaria y antimoralista, la hipótesis panteísta concibe la unidad compleja (no la identidad) de mente y materia bajo la forma de un deseo ardiente, una potencia generativa de formas y metamorfosis, que no sólo atraviesa, sino que además impulsa todo lo viviente (una potencia de ser afectados que va mucho más allá del plano de las subjetividades) y que no se identifica ni con un estado dado de cosas, ni con una idea por realizar como virtualidad separada de este mundo. Si cediéramos a cualquiera de estas posibilidades, en ambos casos caeríamos al abismo, que para una ética materialista no es otra cosa que la infelicidad.
Emanuele Dattilo, El dios sensible. Ensayo sobre el panteísmo, traducción de María Teresa D’Mesa Pérez y Rodrigo Molina-Zavalía, Adriana Hidalgo Editora, 2023, 436 págs.
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