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No es una novedad que las manifestaciones más intensas del pensamiento argentino jamás adoptaron la forma de grandes tratados filosóficos ni de eruditas investigaciones académicas. Se inscribieron, por el contrario, en ese género inestable al que llamamos ensayo. Sarmiento, Lugones, Ingenieros, Martínez Estrada, Macedonio, Murena, Borges, Viñas, Masotta. Cada cual podrá agregar o quitar algún nombre a la lista, pero su contundencia es innegable. Tampoco es novedoso que esta tradición ensayística comenzó a eclipsarse entre los años sesenta y ochenta, como correlato quizás inevitable del proceso de tecnificación de los saberes en disciplinas como los estudios literarios, la filosofía o las ciencias sociales. Se impuso en estos ámbitos “una cultura del pragmatismo y la eficacia demostrable sin la que acaso no podría existir la gestión académica del saber”, como señala Giordano en el prólogo. Y esto, en principio, no es bueno ni malo. Ni siquiera es seguro que sea interesante. Sí resulta interesante constatar cómo, en los márgenes de ese proceso irreversible, tuvo lugar un acontecimiento discursivo anómalo y a la vez recurrente. Giordano lo detecta, lo sigue en sus vaivenes y lo denomina discurso sobre el ensayo: “un acontecimiento que todavía traza líneas de fuga en el interior de la cultura académica, y resiste la voluntad de homogeneización, porque encarna las potencias disuasorias del escepticismo metódico”. O también: “un modo retórico por el que algunos profesores universitarios que escriben manifiestan su deseo, íntimo y político (cuando se trata del ensayo siempre convergen los dos registros), de arriesgarse a no encontrar algo inmediatamente valioso para la comunidad de los especialistas con tal de potenciar los propios intereses y las propias facultades, sometiéndolos a la prueba de lo incierto”.
Giordano tuvo el acierto de reunir en este libro un conjunto de intervenciones de Raúl Beceyro, Beatriz Sarlo, Eduardo Grüner, Christian Ferrer, Horacio González, Américo Cristófalo, Nicolás Casullo, Gregorio Kaminsky, Silvio Mattoni, Carlos Kuri y Juan Ritvo, que originalmente habían aparecido en revistas como Espacios, Sitio, Babel, El Ojo Mocho, Conjetural o Confines. Son reflexiones “sobre la esencia y forma del ensayo” que muchas veces desafiaron el mencionado proceso de especialización. Claro que, si en estos ensayos sobre el ensayo se tratara simplemente de oponer una mística del ensayista marginal a un menosprecio de los géneros académicos, sería un golpe bajo pero eficaz recordar la pertenencia —en muchos casos destacada— de sus autores a la institución universitaria. Pero no se trata de eso. Se trata, por el contrario, de reconocer un matiz, de detectar los modos de ocurrencia —siempre frágiles y efímeros— de “lo ensayístico en la crítica académica”. La pregunta crucial que recorre este libro es entonces si es posible, desde el interior de una institución como la universidad, con sus demandas crecientes de producción continua y resultados cuantificables, hacer lugar a lo imprevisto, permanecer abierto a lo que acontece, escribir algo auténtico, para usar una palabra incómoda ante la cual Giordano no retrocede. La respuesta no parece sencilla; tampoco parece que pueda ser una y la misma para todos. Cada cual sabe —en todo caso, sólo cada uno puede llegar a saber— con qué constricciones institucionales puede o no lidiar sin venderle el alma (y las formas) al diablo.
Alberto Giordano (ed.), El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80, Santiago Arcos, 2015, 250 págs.
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