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La idea de que para entender la construcción discursiva de nuestra “Nación”, de nuestro “país”, sería necesario indagar la manera en la cual se pensó la guerra (o las guerras) tiene larga data en esa otra gran usina de discursos belicosos que es la crítica literaria argentina. Podemos decir que los postulados del grupo Contorno han sido determinantes en este sentido, sobre todo en el Viñas de Literatura argentina y realidad política y en algunos aspectos del Sebreli de Buenos Aires: vida cotidiana y alienación. Pero podemos ir más atrás y volvernos a topar con esta obsesión en Martínez Estrada, en Mitre, en Sarmiento, y así hasta los oscuros meandros de los años coloniales. Que Martín Kohan haya decidido llevar adelante un análisis pormenorizado de las construcciones discursivas de la guerra en el territorio local revela esta necesidad de reflexionar, también, implícitamente, sobre el propio discurso de la crítica.
¿Cuál es el resultado de este gesto? Un libro interesante, que realiza un análisis pormenorizado de algunos textos claves para el corpus de la patria, desde los himnos nacionales hasta las novelas sobre la Guerra de Malvinas, pasando por la gauchesca, los discursos determinantes del servicio militar obligatorio a comienzos del siglo XX o, incluso, el reglamento del TEG. Y es en el capítulo dedicado al TEG donde se rompe la lógica que el mismo libro había levantado: lo que aparece como una sucesión cronológicamente organizada de discursos trascendentes para entender la “guerra” en nuestro país se quiebra al llegar a este breve impromptu ensayístico que parece insertado de manera no muy bien justificada (y que podría haber encontrado algún tipo de “puerta de entrada” si se revisaban las ficciones que cruzan guerra y juegos, o juegos de guerra; específicamente, Kamchatka, de Marcelo Figueras, por caso).
Pasado ese punto, al adentrarse en los discursos épicos de mitad del siglo XX en adelante (mejor, de las postrimerías del período), Kohan da rienda suelta a muchas de las observaciones críticas que fue diseminando por diferentes espacios en los últimos años: clases, intervenciones en congresos, entrevistas e inclusive, en algún sentido, su propia obra literaria. La hipótesis del traslado del discurso épico de la guerra al deporte (al fútbol) luego de 1982 y la de que la mayor parte de las ficciones centradas en Malvinas presentan la ausencia de guerra o, en todo caso, la deconstrucción del discurso épico, de su posibilidad misma, pueden sonarle conocidas al lector, pero no por eso el libro pierde contundencia. Tanto el capítulo del TEG como estas incursiones en textos relativamente recientes de la literatura local muestran las ventajas de la adopción del tono ensayístico, más allá de que por momentos incurra en repeticiones o reformulaciones de ideas que ya habían sido expuestas con claridad en algún párrafo anterior. El país de la guerra resulta un libro disfrutable y ameno de un Martín Kohan que se permite apoyarse en la capacidad narrativa (y en cierta verborragia oral trasladada a la escritura) antes que en la prosa académica.
Martín Kohan, El país de la guerra, Eterna Cadencia, 2014, 320 págs.
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