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El ojo y el cerebro que leen, todo el cuerpo y la mente —luego—, impulsan la mano que escribe. Esta podría ser una clave “orgánica”, incluso “materialista” —aunque va mucho más allá— de lo que signa El texto encuentra un cuerpo, colección de ensayos de Margo Glantz. Las “marcas” de la lectura, los detalles que recolecta y compila la memoria a medida que “pasan” por sus manos y ojos las páginas de los libros, una experiencia que atiende al “detalle” y de la cual, de cada una de esas partes, surge un “nuevo todo”: “obsesiones” de “una mirada fragmentaria, femenina”, como dice la misma autora en una “Advertencia” liminar.
Académica, coleccionista, cultora del fragmento (véanse Y por mirarlo todo nada veía y Saña), tuitera y viajera impenitente por el mundo (véase su Coronada de moscas), Glantz despliega sus “líneas de fuerza” a través de dar privilegio, leer (en) el fragmento, el detalle, como un destaque o una pieza de “algo mayor” a construir, en la búsqueda o apuesta de lo que podría ser significativo. Y allí, en el fragmento sobre el que se conforma otro “todo”, una nueva “totalidad” literaria, presenta la crepitación de la lengua escrita, junto a la historia de mujeres, tanto escritoras como personajes mujeres en los libros (“producto” de autores de ambos sexos). Así, se visitan y revisitan las obras de Richardson, Defoe, Sade y Cleland… Y del mexicano Federico Gamboa, quien creó en Santa a una “prostituta de nombre casto” y cuyo libro fue reimpreso “tantas veces que después de la Revolución pudo sobrevivir gracias a las regalías que el libro le produjo”. ¿Y quién escribió realmente las Cartas de la monja portuguesa (1669): Mariana Alcoforado o Gabriel-Joseph de Lavergne, embajador francés en Turquía? Glantz pasa revista a Las mil y una noches, Las relaciones peligrosas, La nueva Heloísa y las Memorias de Casanova, brindando también una “genealogía literaria” en materia de género: Jane Austen, Emily Dickinson, las Brontë y “George Eliot” (seudónimo de Mary Ann Evans), y las tal vez menos frecuentadas Edith Wharton, Charlotte Perkins Gilman, entre otras autoras y artistas modernas como Akiko Yosano, Virginia Woolf y Frida Kahlo.
En diálogo y “exposición autobiográfica” con más clásicos (Rojo y negro, Las palmeras salvajes, Madame Bovary, Crimen y castigo, El príncipe idiota), Glantz se adentra en los textos, extrae detalles —sea una escena, una parte del cuerpo o un final— y examina argumentaciones, personajes, figuras —“brujas”, “santas”, mujeres olvidadas, opacadas y relegadas—, tramas, biografías, contextos histórico-culturales y varias otras líneas interpretativas. El texto encuentra un cuerpo combina lo mejor de la academia (su estudio e investigación, su inmersión en textos e historias) con el diálogo, la crítica (canon y “contracanon”) y la experimentación, del tipo de las que hacían Georges Perec y David Markson. En un movimiento incesante, tal como son las olas del océano literario, se puede alterar/invertir el orden de los factores del título, sin fallar a la premisa “glantziana”: es el cuerpo —el de la autora— el que encuentra su texto, y lo produce y lo ofrece habilidosa, generosamente, para quien guste leer.
Margo Glantz, El texto encuentra un cuerpo, Ampersand, 2019, 216 págs.
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