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Toda muerte nos deja un legado. La muerte de lxs escritores nos deja su obra pero, en muchos casos, también sobreviven los archivos. Javier Guerrero indaga en ese espacio físico y simbólico, como un lugar de vida, un espacio activo, dinámico, con el que él, como crítico, se confronta e interactúa. Guerrero se rehúsa a considerar el archivo como algo inerte. Da vuelta, así, muchas de las teorías sobre el archivo como mero espacio instituyente y lugar de autoridad. Por el contrario, concibe el archivo como un lugar en donde la autoridad se dispersa, se hace plástica, se vuelve una negociación entre las muchas manos que intervienen en su composición. El archivo se integra con los materiales pero también con todas las interacciones de quienes intervinieron en él (incluso quienes lo administran en las instituciones, quienes llevan y traen los materiales y cuentan sus propias versiones sobre la colección).
Guerrero lee, toca, manipula y lo cuenta; se interna en las colecciones que contienen los materiales de Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Delmira Agustini, Salvador Novo, Pilar Donoso (y su padre), Pedro Lemebel, Paz Errázuriz. ¿Qué conserva un escritor/a? ¿Qué guardan sus herederxs o albaceas? La información está en muchas piezas; está en las pelucas de Novo, en las muñecas de Agustini, en los avisos fúnebres de la familia Donoso, en las fotos de Arenas (y de todxs ellxs), en los papeles con —todavía— olor a tabaco de Sarduy, en los trazos que deja la enfermedad en el cuerpo de Lemebel, en el porvenir de la imagen de Errázuriz. Se trata de archivos queer, que en sí mismos no responden a mera colección de documentos. Guerrero no se acerca a estos materiales como objetos pintorescos, sino que los hace interactuar con las obras, las cartas, los manuscritos, los contratos, las experiencias biográficas. De este modo, expande la idea de autor y obra para leer una continuidad de la práctica de escritor/a. Guerrero discute mucha bibliografía teórica en este libro; conversa con ella, la empuja a nuevos límites y la cuestiona a partir de la particularidad de cada archivo.
El libro no sólo es inteligente e inspirador sino también un objeto bello, una cuidadísima edición de Metales Pesados que rescata imágenes en diálogo con el texto pero que también exhibe la intervención del crítico, del editor. A pesar de la asepsia que las instituciones imponen a los archivos, Guerrero, que los manipuló, nos habla del lugar impuro en donde el encuentro de un lector con los materiales puede generar una sobrevida de la escritura, una obra que no cesa.
Javier Guerrero, Escribir después de morir. El archivo y el más allá, Metales Pesados, 2022, 370 págs.
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