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Formada al calor de los debates acerca del estatuto de las artes contemporáneas luego de la experiencia de las vanguardias, Juliane Rebentisch comparte con varios de sus pares generacionales un interés por aquello que, aún hoy, la filosofía podría decirnos sobre la irreductibilidad de la experiencia estética. En un gesto que recuerda las sospechas de Friedrich Schlegel a propósito de la filosofía del arte, Estética de la instalación tiene el mérito de detectar en el panorama teórico contemporáneo una inflación logicista que mutila la posibilidad de una genuina relación de objeto. Para discutir con esta tendencia, el camino que propone, acaso el más difícil, evitará los atajos de aquella mímesis de la mudez sobre la que insistieron muchos de sus contemporáneos y se dedicará más bien a hacer visible el tránsito ineludible que va de la experiencia estética al discurso que la refiere o, más brevemente, del arte a la filosofía, y viceversa. Esta búsqueda implica la tarea aporética de pensar desde los conceptos de la estética filosófica sin abandonar una perspectiva exigida por la crítica del arte. Es en esta simultaneidad donde reside el núcleo de sus más interesantes formulaciones. Así, su concepción de las prácticas instalativas no desistirá de la potencia conceptual de categorías clásicas como las de autonomía y experiencia, que configurarán una interesante constelación con aquellas otras, más contemporáneas, de teatralidad, intermedialidad y especificidad de sitio. A partir de esta fricción entre temporalidades, fenómenos y conceptos, el ensayo de Rebentisch consigue tensionar productivamente el estatuto y la significación del arte contemporáneo.
Poniendo el foco en las estrategias artísticas de transgresión, el texto despliega un cuidado estudio acerca de las diversas expresiones de intermedialidad en las prácticas instalativas contemporáneas, moviéndose sin sobresaltos entre Gertrude Stein e Ilya Kabakov, Warhol y Stan Douglas, Cage y Bill Fontana. Recogiendo las contaminaciones entre los medios del teatro, la escultura, el cine y la música, invita a cuestionar los límites que reifican como positividades fijas aquello que sólo consigue expresarse en el movimiento: la constante oscilación entre lo que representa y lo representado en el arte. Como corolario de este movimiento “incurablemente teatral”, esa duplicidad entre la cosa y el signo, se convoca una forma de reflexión que no fortalece al sujeto en su autoafirmación práctica o teórica sino que, por el contrario, lo abre a una forma peculiar de escucha que funciona a la vez como límite y precondición de sí.
Por último, una interrogación acerca de las prácticas instalativas contemporáneas implica necesariamente una pregunta por su “afuera”. En este sentido, la obra de Daniel Buren será motivo de una meditación acerca de la instalación como crítica política de las instituciones, en su desestabilización de los intentos de acceso comprensivo al objeto estético cuyo resultado no es sino el extrañamiento de aquello que la normalización capitalista presenta como obvio. Lejos de los ecos de universalismo abstracto que se escuchan en ciertas ideologías estéticas, el arte contemporáneo bajo el prisma crítico de Rebentisch no deja jamás de apelar a sujetos singulares y concretos, y demuestra por eso, en sus escenas de negatividad, la imposibilidad de asumir un punto de vista imparcial. Que esta politicidad paradojal sea función de todo arte es acaso una de las más difíciles cuestiones que este ensayo invita a pensar.
Juliane Rebentisch, Estética de la instalación, traducción de Graciela Calderón, Caja Negra, 2018, 336 págs.
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