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Un punto de discusión recurrente en la crítica contemporánea tiene que ver con la ubicación de lo abyecto bajo el paraguas de algo que todavía puede seguir siendo llamado “realismo”. Está muy bien la idea de que es una etiqueta que puede servir para pensar la escritura contemporánea, tal como lo demuestran ciertas entelequias que encuentran “realista” la escritura de Saer, Fogwill o Aira. Pero, sin dudas, el que volvió a traer la discusión en torno al realismo en la narrativa argentina del siglo XXI es Maximiliano Crespi, con trabajos como Tres realismos, en un esfuerzo crítico por pensar escrituras muy pegadas al ahora desde protocolos que las empalman con ciertas tendencias que podían encontrarse en un pasado tanto remoto como inmediato. O sea, leer la literatura de hoy en continuidad, no bajo la ya desgastada idea de ruptura. Ficción y transgresión. La literatura rioplatense en el siglo XXI es un ensayo bifronte que trata de encontrar el modo de levantar una trinchera teórica que resista los embates de las lecturas no autónomas, de los estudios culturales y de los juicios morales sobre lo literario, para señalar de qué modo la literatura tiene más que ver con lo escandaloso que con el sosiego del encuentro narcisista y mimético con lo que siempre se esperó encontrar.
Ocupándose del lado oriental del libro, Iguiniz parecería rastrear una posibilidad de tradición realista exótica en la obra de Levrero, lo cual termina siendo un ejercicio de acuerdo entre entendidos. Esta hipótesis entra en tensión con la primera mitad del libro, en la que Crespi no sólo vuelve a un conjunto de autores recurrentes en sus lecturas (Carlos Godoy, Pablo Farrés, Ariana Harwicz), sino que también propone conceptos que parecen provenir de una tradición crítica hoy obliterada (nociones como “transgresión” y “profanación” tienen un sano tufillo a Bataille y, quizás, a lo mejor de Agamben) y obliga al crítico a hacerse cargo de la crítica: el punteo del comienzo del texto, acerca de los modos en que la crítica del presente ha pensado la literatura contemporánea es, sin dudas, un intento de organizar el campo de discusión, la polémica, volviendo a recuperar ese ethos pugilista que caracteriza a Crespi. Esa voluntad de confrontación lo lleva a lidiar consigo mismo, como si el intento por reencontrarse con la voluntad confrontativa lo guiara al inevitable encuentro con su pasado. En su lectura de la crítica, Crespi afirma que el registro de las resistencias a la novedad transgresiva “acaba por poner en escena algo así como un temperamento que desagua en la novela confesional de las propias limitaciones (intelectuales, ideológicas y morales) para reconocerse en eso nuevo que está pasando frente a sus ojos”. Así, la resistencia al abrigo de la novedad transgresiva termina expresándose en los trabajos anteriores de Crespi (y también en este) en la implantación de un temperamento, en el reencuentro crítico con un tono que, por más exacerbado que pueda juzgarse, sigue siendo medular en la crítica rioplatense, de Viñas a Rama, pero también de Panesi a Rosa. Con mayor o menor beligerancia, con mayor o menor sutileza, ese temperamento es el motor que hace que la crítica exista frente a los calmos ríos de la constatación, que a veces la investigación, desprendida de todo afán polémico y buscando la permanente conciliación, produce.
Maximiliano Crespi y Mathías Iguiniz, Ficción y transgresión. La literatura rioplatense en el siglo XXI, Los Libros del Inquisidor, 2023, 192 págs.
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