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Cada tanto escucho la siguiente frase: estamos preocupados por la desaparición de la lectura. Leer es una tarea compleja por los sentidos anudados en los libros, y si leer implica aventurarse en la voz de los otros, esto ya la convierte en una tarea doblemente compleja, porque en cada caso nos demoramos en la singularidad de cada tono, de cada matiz, de cada sentido que aparece con su propia grafía.
Aventurarse en la lectura implica aceptar que hay sentidos que no vamos a construir, ni recuperar, porque se disuelven —digo aceptar y no resignar—, porque cuando leemos arriesgamos ideas, sentimientos, dibujamos una biografía de fondo que acompaña nuestra enciclopedia personal, y ese es el trabajo artesanal y silencioso de Carlos Surghi.
La cuestión de la acción de leer es un asunto sensible, que dialoga con voces que son parte de una suerte de mitología recurrente cada vez que necesitamos revisar nuestras tramas y recorridos de lectura, una mitología compuesta por nombres como Lukács, Kierkegaard, Baudelaire, Montaigne, Benjamin, Adorno, Bataille, Blanchot, Barthes, Proust o Flaubert. El ensayo de Surghi no se queda allí, porque configura un mapa con voces actuales y contemporáneas, como las de Nicolás Rosa, Alberto Giordano, Sergio Cueto o Juan Bautista Ritvo. Toda enumeración es siempre incompleta y lo sabemos; por eso mismo hablamos de disolución, de negatividad, de la imposibilidad de unir la totalidad de las piezas que nos faltan para leer cualquier texto.
Y aquí aparece un tema distintivo en la escritura de Surghi. ¿Cómo escribir sobre la lectura? ¿Autor y ensayista no son una misma voz? Y si leemos otras obras anteriores del mismo poeta, podríamos preguntarnos también: ¿acaso cualquier autor de cualquier género literario no reflexiona —aunque sea mediante notas y borradores mentales— sobre sus procesos de escritura? ¿Y por qué esto sería significativo?
Tratando de ser fiel a mí mismo, creo que vivimos en una época en la que es necesario volver a demorarnos y colocar la atención en cómo leemos y, por qué no, en otra pregunta: ¿cómo escribimos? No desde una mirada moralista, no para recuperar escuelas o tradiciones literarias, al contrario. Se trata de una voluntad de crear sentidos nuevos allí donde antes no existían; se trata de tensionar lo que se considera ya leído, ya aprendido, ya sabido. Y el camino para hacerlo es a partir de la construcción de una nueva voz que instale la diferencia en tanto que sea capaz de brindarnos nuevas posibilidades y nuevos caminos dignos de transitar.
Las escrituras más dispersas, menos cohesionadas, incómodas, son las que salen de los lugares comunes recortados para un uso endogámico y repetitivo hasta el infinito de comunidades que Jean-Luc Nancy alguna vez llamó inoperantes. Surghi, por el contrario, se arriesga en un tono más fluido al acostumbrado y nos impulsa a leer y a releernos en nuestras tramas para trasladarnos hacia otro sitio donde la lectura, aun cuando sea un acto efímero y provisorio, no pierde nunca su resplandor.
Carlos Surghi, La aventura negativa, Nube Negra, 2021, 364 págs.
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