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“¿Qué es un editor? Un censor”, nos responde el español Constantino Bértolo (Navia de Suarna, 1946) en La crítica como combate, a lo que luego añade una segunda pregunta (y respuesta) de corte dialéctico: “¿Y un crítico? Un censor de un censor”.
El pequeño preámbulo a este compendio de exámenes, observaciones y meditaciones de alto vuelo da una idea del tono combativo que emplea Bértolo para situar su batalla, una que tiene a la lectura de un lado del cuadrilátero y a la edición/crítica del otro, fuerzas que a la postre chocan, a veces se repelen, pero sobre todo abren caminos que parecían obturados o totalmente perimidos en la república de las letras del presente. Desde “El futuro de la literatura” (escrito que abre la serie) hasta “En última instancia”, nos topamos con veintinueve reflexiones de corto, mediano y largo aliento en donde las preocupaciones se cifran desde el ojo clínico, entrenado, de un filólogo que busca, en todo caso, proponer las reglas de un juego privado.
La vocación pedagógico-marxista de Bértolo nos lleva a concebir, nuevamente, la literatura como una mercancía y así reconocer su “valor de uso” subyacente al omnipresente “valor de cambio”: no es sino en la factura de las obras donde se cifra su potencia transformadora, fuerza inherente que la literatura de “temas” busca eliminar; para ello analiza con buen tino el efecto que tuvieron las vanguardias para repartir y dar de nuevo en su cruzada estética. A su vez, gira en torno de los tropos comunes (e individualistas, propios del hipercapitalismo en el que vivimos) como “¿qué es lo que queremos de los libros?”, invirtiendo la interrogación a “¿qué es lo que los libros quieren de nosotros?”.
Hay una pregunta sumamente relevante en el mar de sucesos e hitos histórico-literarios que el autor de La cena de los notables (2021) se hace, y nos hace aquí, y es: ¿en qué momento la burguesía (la literatura moderna irrumpe, entre los siglos XVIII y XIX, como un arte marcadamente burgués) dejó de ensayar disrupciones o irrupciones en un arte que aspiraba a un ideal (una suerte de superación constante), contentándose simplemente con la repetición de lo mismo y su boba celebración? Esto sugiere que desde que el capital encontró en sí mismo una figura solipsista en la que morder su propia cola, el resto de las actividades culturales que se heredaron de la aristocracia, como es el caso de la literaria, dejaron de tener importancia. Nos enfrentamos entonces a un marco completamente desolador, pero no por ello menos fructífero que el de otros tiempos para plantear transformaciones.
Se vuelve necesario, entonces, que toda la cadena del libro (escritores, editores, lectores) encuentre nuevamente un norte, avanzando hacia el futuro, pero prestando atención a lo hecho pretéritamente: “Dado que el futuro se asienta sobre el presente y que el presente brota del pasado”, hay que hacer un poco de historia, y es mucho el acervo para hacerlo.
“Leer es haber leído”, reza el epígrafe del maestro Leo Spitzer. Una selección de lecturas de los clásicos (Moby Dick, El hombre invisible, Alí Babá y los cuarenta ladrones, La isla del tesoro) le basta a Bértolo para desarticular los senderos que se toman habitualmente a la hora de leer textos; astutamente da vuelta cada convención (¿no será más interesante la historia de los ladrones que la de Alí Babá?, ¿por qué no encontrar en John Silver antes que en Jim Hawkins al arquetipo de una narración?, ¿por qué la figura del hombre invisible se ha vuelto el común denominador que orquesta la vida de cada ciudadano?) y nos entrega libros que, aunque ya hayamos leído, se presentan ante nuestros ojos como nuevos.
Con todo, la brillante selección de Andrés Braithwaite junto a la bella edición de la Universidad Diego Portales nos dejan un sinnúmero de frases memorables: “La literatura, en tanto discurso público, está inserta, sin autonomía alguna, en la esfera del poder”; “La cultura de la posmodernidad que todavía hoy nos envuelve no pretende hacernos mejores sino enseñarnos a ‘consumir mejor’, pues ve en el consumo la actividad que nos otorga valor e identidad”; “¿Cómo construir una literatura contra la clase que detenta el poder de definir y delimitar qué es y qué no es literatura?”; “Los libros son como un puente que nos une con otras voces, con otras palabras, con otras vidas, con otros conocimientos; un puente por debajo del cual corren los ríos de la ignorancia, la superstición y el fanatismo”.
Al concluir la lectura se tiene la sensación de que La crítica como combate es uno de esos libros que funcionan a la vez como diagnóstico y antídoto al mal du siècle que nos aqueja.
Constantino Bértolo, La crítica como combate, Ediciones Universidad Diego Portales, 2024, 164 págs.
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