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I. La extranjería, el lenguaje vuelto palabra y la palabra habitando el texto. El texto como patria —así lo escribió George Steiner sobre el judaísmo— y la patria como orfandad, como quebradura y copia, como las Segundas Tablas de la Ley luego del evento del becerro de oro. La ley ahí, revelada, anudada a un recuerdo que siempre debe ser contemporáneo; y en medio, Dios. Y más allá, la ley rompiendo la heteronomía, la ley de la propia interpretación del texto, de la escuela de estudio, del siempre más de dos y nunca uno, de nunca asceta: la ley como diálogo. Conceptos que rompen con las categorías fundacionales de la Modernidad, con la lógica normativa del Estado-nación, con el carrusel de las identidades solapadas de la vieja y la nueva Europa. Vías que terminan en Auschwitz; el fin de la cuestión judía; cenizas; el juego de la memoria. En los avatares de la historia judía —o mejor dicho, en la historia de los judaísmos—, Diana Sperling encuentra y recorre un hilo conductor al que tensiona y devela: la filiación.
II. En tiempos de una deconstrucción radical de los valores modernos y cristianos que conformaron nuestras identidades nacionales, en tiempos en que finalmente podemos cuestionar críticamente y en libertad los fundamentos de nuestras subjetividades, las reflexiones de Sperling constituyen un horizonte de diálogo en el que las figuras del padre y de la madre son arrastradas al límite de lo que hemos llamado la construcción imaginaria de la realidad, y de la legitimidad. Pero no sólo se trata de las figuras paternas y maternas, sino de la Ley que se teje y entreteje en la filiación para proclamarse soberana, sobre nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras ideas. La Ley como herencia y tradición, la Ley como temporalidad y ligadura, la Ley, finalmente, encarnada.
III. La tragedia es el motor de la historia. Ya lo dijo por ejemplo Lev Shestov leyendo a Kierkegaard. Pero no es necesario caer en el existencialismo para comprender el terror al vacío, a la incertidumbre o al final. La tragedia es la propia existencia, haber nacido. Y no hay nada más externo y extraño al uno mismo que su propio nacimiento. Desde allí todo se vuelve ese gran laboratorio de ensayo y error que llamamos vida. Pero en el escenario de la tragedia, como escribe Sperling, la historia narrada desde el texto bíblico (pero también desde los arcanos de la tradición griega y romana) es la historia de la tensión entre el padre y el hijo, y entre el hijo y el padre: filicidio y parricidio son parte esencial de la historia de la humanidad. Porque tal vez, podríamos agregar, son la relación primera de poder (¿y despotismo?), así como también de institucionalización de la dominación y de la normatividad. Si, como escribe Sperling, los seres humanos estamos sometidos a la tiranía del sentido, también lo estamos de la tiranía de la razón como ideal de la subjetividad humana. Todo lo sin-sentido, todo lo irrazonable, debe quedar afuera, en las sombras de los márgenes. Es por ello quizá que una nueva exégesis como la que la autora nos propone se vuelve necesaria, urgente. Repensar la filiación desde la marginalidad, que a fin de cuentas, es el lugar de la filosofía.
Diana Sperling, La difherencia. Sobre la filiación y avatares de la ley en Occidente, Miño y Dávila, 2018, 344 págs.
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