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Podemos rondar una idea muy linda, si evitamos el riesgo de alegoría que acecha en toda metáfora: el mundo como una enorme conversación que lo abarca todo, desde la literatura hasta el parloteo periodístico; desde la filosofía hasta la charla casual entre vecinos. Y en esa conversación, el destello de los momentos en que “una cierta fantasía de impunidad” irrumpe en palabras y frases que se desvían hacia la facilidad un poco exhibicionista de la frase novedosa, de una elegancia nueva: “la elocuencia secreta”. El nuevo y breve libro de Oscar Steimberg es de esos, preciosos, que hacen que uno termine preguntándose “¿qué leí?”. Una perplejidad bienvenida. Se trata de un ensayo —pero el semiólogo está en contacto con el poeta— sobre esos instantes de aparición de la elocuencia que es improvisación (se habla de la payada y el rap), goce secreto y construcción de la propia identidad. Todos, dice Steimberg, queremos ser reconocidos en esos momentos de inventiva porque, quizás, queremos volver a los elogios de la maestra cuando la lengua tomaba forma en nosotros. O no “reconocidos”, porque si a uno lo reconocen “¿quién sabe lo que encontrarían?”; el elocuente quiere que reconozcan su desempeño: “qué lindo habla”, “qué lindo piensa”.
La elocuencia secreta es un libro que comparte con su objeto esa cualidad de aparición discreta y a la vez enfática. Está compuesto por textos breves, que parecen merodear su tema y se insertan en una serie de títulos y subtítulos que son también una conversación continuada, unidos entre sí por puntos suspensivos o preguntas. En cada uno de esos párrafos acecha una cita o un hallazgo, como si el único modo de explicar qué cosa es su objeto de estudio fuera exhibirlo en sus apariciones. Objeto raro, esa elocuencia secreta parece oponerse a la pública porque no busca los grandes triunfos del discurso político o de la obra maestra, sino éxitos mínimos ante públicos impredecibles y evanescentes en momentos en que el conversador accede a un pliegue, a un hallazgo, un mot juste, un sobrante. Se trata de un “retorno de la palabra” que se vuelca sobre sí misma, un pliegue enunciativo que es siempre plural (“algo habla”), pero es también un breve instante de coraje: bien podría, esa elocuencia, hacernos merecedores del desdén por el exceso. Steimberg parece encontrar en la payada (y en el free style, si logramos imaginar al autor en tan inhóspitos espacios) un modelo para toda comunicación: la improvisación, la búsqueda del virtuosismo que envuelve al oponente (o el descubrimiento, “suposición inquietante” de que el otro tiene recursos mejores o más complejos) y, sobre todo, la construcción de la propia identidad: “como si se tratara de existir en los modos en que se improvisa”.
Hay nombres propios en el libro, porque se trata de un ensayo y los géneros —nos enseñó en otros libros el autor— imponen sus constantes temáticas, retóricas y enunciativas. Aparecen, en cameos, Barthes, los hermanos Lamborghini, Mario Levrero, Milita Molina, Masotta, Verón, Stirner, Proudhon y la tía Hebe, recitadora. Son parte de una conversación: ni instancias de autoridad ni objeto de estudio. Steimberg tiene una habilidad especial para encontrar citas hermosas. Una, de Freud: “El antes del fantaseo es el juego; los poetas lo hacen público por el soborno de la forma”. Otra, de la inesperada definición de “contraseña” en un diccionario enciclopédico de 1912: “palabra que se da para no tenerse por enemigos en la confusión o en la oscuridad”. Steimberg escribió un libro sobre las contraseñas que es una contraseña en sí mismo.
Oscar Steimberg, La elocuencia secreta, Libros UNA, 2023, 76 págs.
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