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En el plano secuencia que abre A idade da terra (1980) se ve a lo lejos la residencia oficial del presidente de Brasil, el Palacio de la Alborada, pero la cámara de Glauber Rocha apunta directo al sol. Mientras la luz del amanecer y la música de Naná Vasconcelos cubren la imagen, el palacio desaparece: para mostrar el avance cierto de la arquitectura del Estado, para ver lo que no podría verse de otro modo, Glauber filma como si fuese ciego. ¿Qué vemos, ahora, en ese plano donde la visión se obtura? ¿Cómo mirar hoy esta y otras obras de la tradición latinoamericana que insisten en poner en crisis los códigos de visualidad masiva y que vuelven a tensionar el cruce entre estética y política?
En La escritura errante. Ilegibilidad y políticas del estilo en Latinoamérica, ensayo que ganó el Premio Iberoamericano de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) el año pasado, Julio Prieto enfoca este problema y analiza exhaustivamente un gesto clave en la literatura y el arte del siglo XX en América Latina: el de “hacer ilegibles” las constantes simbólicas que han dado sentido a un orden del mundo. La cinematografía de Glauber Rocha, indisociable de una táctica de sobreexposición de la palabra escrita, completa una serie que incluye la poética de la distorsión de Roberto Arlt, la temporalidad agramática de la poesía de César Vallejo, la escritura de la falta en El zorro de arriba y el zorro de abajo de José María Arguedas y el hundimiento extático de la lengua en el neobarroso de Néstor Perlongher. Porque lo que se propone este libro original y necesario es leer de otro modo aquellas escrituras “malas”, impropias, que hicieron de la opacidad, la desfiguración y la errancia su apuesta distintiva.
Con una prosa erudita y acompasada, Prieto se detiene en los puntos de máxima tensión de lo escrito y lo visual, esas “zonas ciegas” (la expresión es de Graciela Montaldo) donde la literatura sale de sí y se fuga hacia otros medios y terrenos. Las escrituras errantes se desplazan por los márgenes de la ciudad letrada, atraviesan el filo de lo sublime y de lo abyecto, movilizan ficciones que redefinen lo común y lo imaginan de nuevo. En cada uno de los cinco capítulos que componen La escritura errante hay un protocolo de lectura que se rompe: la pregunta sobre qué hacer con lo que se lee, o bien, con lo que se resiste a ser leído, actualiza la tarea de la crítica y desarma los discursos globales de la transparencia y lo inmediato. Por el camino del error y de la errancia, Prieto hace una traducción de voces bajas y escarpadas, una suspensión o un abandono del sentido en búsqueda de una poiesis de lo incomprensible; un procedimiento acéfalo y sin dudas tendiente al fracaso, pero el único todavía capaz de ofrecerle al texto una sobrevida.
Julio Prieto, La escritura errante. Ilegibilidad y políticas del estilo en Latinoamérica, Iberoamericana-Vervuert, 2017, 372 págs.
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