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Desde sus comienzos, el psicoanálisis se interesó por actos imperceptibles que, cometidos como por error, constituyen una toma de posición del sujeto en enunciados y conductas. Cuando Freud examina su célebre olvido del nombre “Signorelli”, parte de una omisión previa hecha adrede: el silenciamiento deliberado del doloroso suicidio de una paciente. Aquello que el acto fallido quiere decir, y de hecho dice, es la expresión de una elección que lo precede. Se puede querer algo a la vez que se lo rechaza, gozar y sufrir por lo mismo; esa es la idea en la que se basa la noción misma de inconsciente. Hay quienes afirman que toda elección es forzada o determinada (por la estructura, las identificaciones, la cultura, el lenguaje), que lo voluntario es consciente y que, por lo tanto, el psicoanálisis podría dejar estos temas a la psicología o al pensamiento filosófico. En desmedro de esa concepción, Gabriel Lombardi —prestigioso psicoanalista, catedrático y miembro fundador del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Escuela del Campo Lacaniano— argumenta en La libertad en psicoanálisis que es el carácter electivo el que sostiene la existencia misma del ser hablante, al tiempo que plantea que el giro lacaniano funda el acto analítico en una elección que aproxima al sujeto a su deseo cedido.
El método propuesto por Freud consiste en invitar a asociar libremente, a los fines de revisar las coordenadas inconscientes de la relación del sujeto con lo optativo y para reformular el límite entre lo predeterminado y lo azaroso. Mientras que una equivocación o un imprevisto lo corren de la “programación social” ejercida por la educación y la represión (las cuales restringen la realidad psíquica al discurso común), los actos paradigmáticos son los que dan al sujeto la posibilidad de una existencia no automática al instaurar otro lazo social que funde un nuevo comienzo. La angustia antecede todo acto verdadero en la medida en que no somos, en ella, lo ya sabido, al desdibujarse las referencias del narcisismo y de la fantasía. De ahí que Lacan la proclame “brújula del analista”, toda vez que la angustia es un pre-acto, ese “¡en sus marcas!” —escribe Lombardi— que evoca un cambio de posición aunque el neurótico se resista: perder algo para ganar otra cosa. Sólo un sujeto que en algún rincón de su estructura escindida se reserva el derecho de optar puede resultar afectado de una neurosis. La conciencia de culpa es, en efecto, la percepción interior de un juicio adverso que ejecutamos sobre nosotros mismos a raíz de nuestras propias traiciones u omisiones en el deseo.
Con una prosa clara que evita la jerga abstrusa en la que muchas veces cae el lacanismo, el autor problematiza las imposibilidades, los designios inmodificables y lo que no se elige, para poner el acento en nuevas perspectivas abiertas frente al encuentro con tales limitaciones. Las ataduras estructurales introducidas por el lenguaje no impiden márgenes de libertad, sino que los permiten. Y es en ese contexto donde Lombardi se pregunta cómo talla el psicoanálisis en la lucha entre determinación y libre albedrío, para echar luz sobre el modo en que el “acto verdadero” (al que apuesta dicha disciplina) requiere siempre de libertad electiva.
Gabriel Lombardi, La libertad en psicoanálisis, Paidós, 2015, 236 págs.
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