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Hay dos contrincantes claros para las formulaciones teóricas de Slavoj Žižek. Y esos opositores y su “sistema” bien podrían considerarse la contrapartida, en general, de todo el posmarxismo, con mayor o menor simpatía: hablamos, claro está, de la deconstrucción y sus derivados en crítica de género, y del “deleuzismo” y sus aplicaciones en la biopolítica, específicamente, en la lectura de Antonio Negri y Michael Hardt. La reciente aparición de La permanencia en lo negativo, publicado por primera vez en 1993 y ahora traducido al castellano, nos permite entender esta serie de disquisiciones, además de sumar una lectura de contexto también relevante. Quien atraviese estas páginas podrá sopesar con una década de distancia algunas consecuencias de las observaciones de Žižek con respecto a los conflictos más urgentes de Europa del Este a comienzos de los noventa, lo cual le da al libro un valor de documento y nos permite meternos con uno de sus trabajos principales sin estar tan apegados a esa figura de “intelectual rockero” que los medios (norteamericanos) no especializados quieren propagar acerca de don Slavoj —siempre a los fines de mostrar que se puede “ser inteligente” sin renunciar a los aparatos de prensa y el stardom—.
Žižek revisa los modos de constitución del sujeto en el capitalismo tardío, partiendo de su ya consabido lacanismo. El sujeto, entonces, es el resultado de esta “permanencia en lo negativo” que implica, desde el lado más teórico, una revisión de la filosofía kantiana y las críticas hegelianas a esas posturas. Cualquier elemento positivo es apenas una construcción ficcional, patológica, que se construye sobre una negatividad que debe ser reconocida como primera y necesaria: lo que, desde Lacan, podemos llamar la “falta”. Hay que entender la operación filosófica de Žižek: por un lado, es leer el psicoanálisis como una filosofía y, por el otro, dar vuelta a Marx desde Hegel, pero un Hegel (y un Kant) pasados por el ojo de Lacan.
La deconstrucción y el “spinozismo liberal” son contrincantes en la medida en que no supieron entender a dónde estaba apuntando Lacan: para Žižek, esas filosofías tienden a relativizar un conjunto de problemas que el lacanismo considera como necesariamente aceptables de movida. El sujeto es una ficción, sí, pero, kantianamente, una ficción útil, y entender su constitución y su lugar descentrado es fundamental. Ni la postura derrideana de dudar de ese descentramiento como un subterfugio para ocultar una reubicación de la verdad en otro lado (en el del analista, claro), ni la lectura deleuziana de negar de plano el vacío como condición primordial y ver positividad y proliferación en el trasfondo se acomodan a la imperante filosofía política que quiere encontrar en Lacan un motor de renovación. Y aquí le calza bien a Žižek la crítica de Ernesto Laclau en La razón populista: el filósofo esloveno puede hacer sin problemas un excelente diagnóstico del capitalismo actual, pero ¿hay algo que se pueda hacer efectivamente para cambiarlo? ¿Hasta qué punto el llamado a “aceptar la falta” no es un mecanismo de inmovilidad política?
Slavoj Žižek, La permanencia en lo negativo, traducción de Ana Bello, Godot, 2016, 392 págs.
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