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Como hilos de una inmensa telaraña que ovilla el globo terráqueo, Gran Bretaña, Estados Unidos, Suiza, Luxemburgo, Liechtenstein, Mónaco, Hong Kong, Singapur, Bermudas, Bahamas, Gibraltar, Irlanda, Panamá, Dubái, las islas Vírgenes y las islas Caimán son parte de un conglomerado todavía más grande conocido como “sistema extraterritorial” o “sistema bancario en la sombra”: una economía mundial “paralela” donde priman la desregulación financiera, el secreto bancario, la evasión fiscal y el lavado de dinero, y donde millonarios defraudadores del fisco comparten bóveda con funcionarios corruptos, narcotraficantes y otros clientes vip del crimen organizado. En Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo, Nicholas Shaxson disecciona sin que le tiemble el pulso ese tumor palpitante, corazón del sistema capitalista. En vez de bucear por áureos arrecifes de coral para avistar cardúmenes de dólares, el autor explica que el enunciado “paraíso fiscal” se debe a un desliz terminológico (la expresión inglesa tax haven [refugio fiscal], confundida con heaven [paraíso]), y deja en claro que “los paraísos fiscales más importantes no son islas exóticas bordeadas de palmeras, como supone mucha gente, sino algunos de los países más poderosos del mundo”. No es un dato menor, en este sentido, que sea la Corona británica la encargada de designar al gobernador de las islas Caimán, uno de sus catorce “territorios de ultramar” donde la confidencialidad se reza como el Padrenuestro; o que Estados Unidos haya convertido a Panamá en su principal tintorería, donde incluso se acicala dinero prelavado en bancos norteamericanos. Mientras que sus defensores sostienen que el modelo de negocios offshore facilita el flujo de inversiones y obliga a reducir las cargas impositivas, Shaxson revela el modo en que las empresas fantasma y los bancos pantalla contribuyen a que la corrupción se convierta en un fenómeno aceptado. Después de todo, como deja ver la cínica premisa que domina la industria del blanqueo de capitales, “lucrar con el delito es legal, siempre y cuando el delito se haya cometido en otra parte”. Que sus verdaderos centros de operaciones sean Wall Street y la City londinense explica el importante papel que jugó el sistema extraterritorial en la hecatombe financiera de 2008. Adalides de la opacidad, las guaridas fiscales abonaron el terreno para que firmas especializadas en finanzas crecieran hasta volverse “demasiado grandes para quebrar”, con el poder suficiente para cooptar las dirigencias políticas de Washington y Londres. ¿O dónde creen que tenían su dinero Enron, Bernie Maddoff, Lehman Brothers? A fin de desbrozar la maraña de fraudes y chanchullos, Shaxson le da a su argumento una perspectiva histórica: se remonta a los Vestey, dos hermanos oriundos de Liverpool, magnates del negocio de la carne a principios del siglo XX en una Argentina que el embajador inglés definía como “parte esencial del Imperio británico”, quienes se volvieron pioneros de la industria mundial de la elusión impositiva; derrumba el mito según el cual Suiza habría establecido el secreto bancario para resguardar de los nazis el dinero de los judíos alemanes; desempolva la lucha de John Maynard Keynes contra el capital financiero y el rol que había imaginado para el FMI y el Banco Mundial en sus orígenes, y sitúa en la abrupta desregulación de los mercados londinenses, piloteada por Margaret Thatcher en 1986, el verdadero big bang del sistema extraterritorial tal y como existe hoy en día.
Nicholas Shaxson, Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo, traducción de Lilia Mosconi, Fondo de Cultura Económica, 2014, 514 págs.
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