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¿Quiénes somos nosotros, los herederos del sujeto, en el paisaje contemporáneo? ¿Cuál es el a priori histórico de la episteme que determina nuestro presente? ¿Pueden seguir llamándose “humanas” las ciencias desarrolladas en el marco de la crisis del antropocentrismo? Pablo Rodríguez sigue el hilo de estas preguntas formuladas por Deleuze, que encontró en los conceptos-fuerza de la arqueología foucaultiana la clave para comprender el nuevo estatuto del saber occidental. Sin embargo, Las palabras en las cosas reconstruye “una realidad paralela a la que analizó Foucault con la episteme moderna”.
Rodríguez no considera las inconsistencias, los zigzagueos y la inestabilidad de la obra foucaultiana como puntos ciegos sino como pistas o cabos sueltos. Tirando de esas hebras deshilachadas arma otro archivo, distinto al de Foucault, e ilumina otro a priori histórico. Las palabras y las cosas desplegaba la irrupción histórica de la economía política, la biología y la filología comparada. Las palabras en las cosas analiza, en cambio, una serie de saberes cuyos objetos son códigos, informaciones, emisores y receptores. La genética, la inmunología o las ciencias cognitivas, entre otras, se recortan de un fondo común que responde a un nuevo mundo: el de la comunicación y la información. Mientras que las llamadas “ciencias de la comunicación” en sentido estricto realizaban un particular recorte sobre lo humano, la biología molecular, al emplear nociones como “código genético”, “expresión” y “silenciamiento” de un gen, evidencia la aguda crisis del humanismo anunciada, aunque por otros motivos, al final de Las palabras y las cosas.
Con estas ciencias, las condiciones de la representación se extienden a toda la materia, incluso a la inorgánica —ya que el modelo con que piensan es el de los programas de computación y los códigos informáticos—, y el lenguaje se libera de la figura del ser humano para diseminarse entre moléculas y máquinas. A su vez, el control que reemplaza al orden disciplinario, y en cuya constitución los medios de comunicación son determinantes, depende de un sistema de información general: la vigilancia ya no instaura barreras sino que señala la posición de cada individuo en un mapa planetario. Esta clase de rastreo, la configuración de patrones automatizados de conducta que viralizan las redes sociales, el cambio profundo en la organización de la producción mundial y la aparición de nuevas redes financieras globales responden a transformaciones epistémicas que comenzaron a gestarse en el siglo XVIII.
La cibernética y la teoría general de los sistemas conducen a los paisajes poshumanos y maquínicos característicos de nuestras sociedades globalmente conectadas y tecnológicamente mediadas. Si toda episteme determina modos de subjetivación particulares, a partir de este marco de saber epocal —en el que la organización, la comunicación, la información y el sistema son transversales a todos los reinos y explican desde lo mineral hasta lo social— decantan ontologías relacionales y subjetividades sin sujetos. Por eso, la lectura que hace Rodríguez de un Foucault reconciliado con la contradicción y que “pensaba en carne viva” tiene gran potencia política: permite imaginar nuevas formas de lucha y de resistencia. Es el Foucault que necesitamos en el horizonte del neoliberalismo creciente.
Pablo Manolo Rodríguez, Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas, Cactus, 2019, 512 págs.
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