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“Luego de una depresión, la probabilidad de una segunda es más alta que la media; luego de dos depresiones tienes más probabilidades de deprimirte que de no deprimirte otra vez, y así puede llegar a convertirse en parte de tu vida”. Desde esta premisa científica parte el relato de Eva Meijer, un testimonio en clave de ensayo (o un ensayo testimonial) breve y contundente de lo que implica vivir en un estado de depresión. Lejos de la autocompasión, del análisis en busca de un supuesto origen o de un decálogo sintomatológico (y aún más lejos de un manual de autoayuda para depresivos y familiares), Los límites de mi lenguaje explora justamente eso que se anuncia en el título: hasta dónde sirven las palabras para explicar lo que se siente en una depresión, cómo piensa el depresivo en su afección y cómo hace para transmitirlo a los demás.
Meijer —escritora, artista, cantautora y filósofa según se autodefine en la solapa— convive con depresiones periódicas desde que tiene ocho años: tuvo depresión infantil, depresión y anorexia en su adolescencia (internación incluida), depresión y alcoholismo en su juventud, y luego simplemente depresión —con y sin medicación— durante períodos más o menos extensos hasta la publicación del libro (en 2019 el original, antes de que la autora cumpliera cuarenta años). Pero el ensayo, que se vale de esta experiencia personal, no gira en torno a ella. Tampoco es la filosofía el eje de su relato, por más que las referencias —Foucault, Wittgenstein, Aristóteles e incluso Freud, entre muchos otros— aparezcan a menudo. Según Meijer, su trabajo fue su “salvación”. Por “trabajo” ella entiende, entre otras cosas, las variadas formas del arte. Dice, por ejemplo: “Cantar nunca ha sido para mí una expresión de alegría. La gente a veces lo cree, que si uno va en bicicleta cantando es porque está contento. Para mí se trata mucho más de seguir existiendo, de oír que aún tengo voz”. O sobre su trabajo como artista plástica: “En la Escuela de Bellas Artes, y en la época anterior y posterior, yo hacía sobre todo autorretratos, no por vanidad sino por darme una forma a mí misma, y para investigar qué era un yo en realidad”.
Entre sus reflexiones, marca una relación de ausencia entre la persona deprimida y el tiempo: no hay relación con el pasado, porque la persona no se puede reconocer en él, ni hay expectativas en el futuro, pues la persona no halla motivos para aferrarse a la vida, ni la hay con el presente, pues este queda minimizado a las tareas básicas de la vida diaria, que consumen un enorme esfuerzo. Tampoco hay relación con los otros: por los desconocidos hay desinterés y por los seres queridos solo hay incomodidad, pues no se les puede explicar lo que se está atravesando; solo se puede aspirar a que permanezcan, a que den una mano en cuestiones sencillas de la vida cotidiana, a que aguarden del otro lado en caso de que se logre atravesar la depresión, en un momento en el que el sujeto alcance alguna expectativa de futuro posible. En este sentido, Meijer encuentra en los animales la mejor compañía para atravesar sus etapas depresivas, y no parece casual: los animales no exigen explicaciones, no buscan entender para poder ayudar (“hay profundidades donde los demás no llegan”), no piden una racionalización de la melancolía a través del lenguaje; simplemente están, y con eso es suficiente.
Eva Meijer, Los límites de mi lenguaje. Meditaciones sobre la depresión, traducción de Marcela Cazau, Katz, 2021, 144 págs.
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