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El lector querrá que lo que cuenta Daniel Otero en Maten a Gutiérrez. Un crimen del Estado argentino sea ficción. Incluso comenzará a convencerse de que se trata de pura fábula cuando aparezca un lobizón. La historia es así: en una noche tranquila en la Comisaría Segunda de Avellaneda, el subcomisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Jorge Omar Gutiérrez oyó que un agitado compañero lo llamaba desde una ventana del primer piso porque había visto a una persona extraña en el terreno lindante; un hombre con cara de lobo. Al acercarse al lugar, el “subco” no vio esa figura llamativa; era un hombre con los pies en la tierra, descreído de esos relatos sobre seres sobrenaturales que son más comunes de lo imaginable en las dependencias policiales. ¿Qué vio entonces? El libro de Otero es una pieza de periodismo de investigación que busca indagar en los hechos concretos que terminaron con la vida de Gutiérrez el 29 de agosto de 1994. Con el correr de la lectura se entenderá que en el terreno contiguo a la Comisaría Segunda había un depósito fiscal y que el presunto lobizón era un miembro de la Policía Federal que lo custodiaba. El subcomisario hizo demasiado bien su trabajo y descubrió la punta del ovillo de una trama que entretejía política, corrupción y comercio ilegal durante los noventa, conocida como “aduana paralela”. A través del relato de sus familiares y amigos, sabremos que Gutiérrez era consciente de la gravedad de su hallazgo y del peligro que corría su vida. En la última tarde que pasó con su familia, su mujer, sus tres hijos y la novia de uno de ellos lo llevaron en su auto hasta la parada de colectivo que lo acercaba a la comisaría y al bajarse les dijo “cuídense”. Era algo que el subcomisario no acostumbraba decir. Los hechos de esa tarde tienen estrecha relación con la muerte del funcionario, que le había dejado el auto a su familia para que pudieran ir a pasear y al terminar la jornada laboral tuvo que regresar a su casa en el tren donde fue asesinado. Sorprende que no haya tratado de defenderse y usar su arma cuando vinieron por él. La hipótesis de Otero es que conocía al asesino y por eso no se sintió amenazado. Su verdugo era un conocido a quien iba a comprarle un auto para que su hijo usara como remís. El dueño del vehículo, en complicidad con un agente de la división de Seguridad Ferroviaria de la Policía Federal, asesinó a Gutiérrez.
Esta investigación muestra al poder político, a poderosos empresarios y a policías inmersos en un millonario negocio ilegal que buscaban proteger a toda costa y que se cobró la vida de un subcomisario de la Policía Bonaerense. Un asesinato que aún está impune y nos obliga a replantearnos si luego de tres décadas de democracia las fuerzas de seguridad se enmarcan en el Estado de derecho imperante. Con su investigación, Otero ha hecho por esclarecer este crimen más que la justicia nacional, cuya sentencia la Corte Interamericana de Derechos Humanos calificó como fraudulenta.
Daniel Otero, Maten a Gutiérrez. Un crimen del Estado argentino, prólogo de Horacio Verbitsky, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2014, 160 págs.
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