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¿Es la paranoia, como sostiene el psicólogo italiano Luigi Zoja, “la locura que hace la historia”? ¿Qué motiva la tendencia a la colectivización de esta clase de delirio? Abrevando en la psicología de las masas (en la línea que va de Jacques Le Bon a Sigmund Freud, Carl Jung y Elias Canetti), el ensayo de Zoja se inserta en una disciplina que podríamos llamar psicopatología social, cuyo objetivo sería tratar de entender cómo y por qué la locura se vuelve epidémica.
Asumiendo una perspectiva a la vez antropológica y psicoanalítica, y elaborando un recorte de la historia que, si bien no resulta arbitrario, por momentos es demasiado abarcador, el autor historiza el fenómeno partiendo del arquetipo que encarnan las figuras de Áyax y Caín, “los primeros paranoicos”, para luego analizar el modo en que la judeofobia medieval prefiguró las modernas teorías del complot, y la conquista de América, los futuros genocidios. Del siglo XIX —época en la que el racismo se arrogaba un estatuto científico—, Zoja aborda hitos como la ola de antisemitismo que tuvo lugar en Francia con el affaire Dreyfus o la invasión norteamericana a México, recordando cómo los prejuicios raciales y el miedo a la contaminación tuvieron su peso a la hora de que los estadounidenses impusieran a los mexicanos ceder “únicamente” la mitad de su territorio.
En cuanto al siglo XX, período que ocupa tres cuartas partes del volumen, las dos guerras mundiales y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki son para Zoja prueba inequívoca de que “la ideología es un multiplicador de masacres al menos tan poderoso como la técnica”. Tras comparar los perfiles paranoicos de Hitler y Stalin y su interacción con la psicopatología de las masas, el autor cuestiona la versión oficial de los ataques atómicos contra Japón, al exponer el costado paranoide y falaz del argumento que planteaba que la masacre habría prevenido un mayor número de muertos y obligado a la población a rendirse. Además de que los japoneses ya casi se habían quedado sin armas para entonces, una prueba en la que Zoja se detiene son los reportes de la US Strategic Bombing Survey en los que se instaba a tener la bomba lista cuanto antes, “no para acabar pronto con la guerra, sino porque se corría el riesgo de que la guerra terminara demasiado pronto”, antes de poder usarla.
Del macartismo y de la idea de un complot en el interior de Estados Unidos (un período, la Guerra Fría, que el libro extrañamente casi pasa por alto) a los “ataques preventivos” y el “derecho a la sospecha” impulsados por George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, lo que cambia es que la paranoia se “normaliza”: se la sustrae del discurso clínico, deja de vérsela como un peligro, corrompe la política y el derecho, impregna el discurso cotidiano (¡basta encender la TV para advertirlo!). En un mundo donde el espionaje y la vigilancia ya no parecen tener límites y donde las conspiraciones pueden operar a la luz del día porque son pocos los que se permiten creer en “teorías conspirativas”, ¿cómo saber si un recelo exagerado es paranoico o tiene de dónde agarrarse? Si el delirio de persecución es contagioso, ¿cómo darle un uso productivo a la sospecha sin llegar al extremo de hacer equivaler lo diferente a lo adverso? ¿Acaso no daba en la tecla William Burroughs con su provocación de que el paranoico es el que sabe un poco lo que en realidad sucede?
Luigi Zoja, Paranoia. La locura que hace la historia, traducción de María Julia De Ruschi, Fondo de Cultura Económica, 2013, 567 págs.
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