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Hace años, Enrique Symns glosaba la paranoica teoría de Burroughs sobre el lenguaje como sistema virósico: “Los virus orales no son por hablar, son por escribir y por leer; el virus de la palabra se injerta a través de la lectura. El que escribe y el que lee son cómplices del mismo enigma”. Los lectores de la obra de María Moreno sentimos el riesgo de ser cómplices de las series que expone, de sus hipótesis de lectura, de sus asociaciones, que oscilan entre la más errática erudición, afirmaciones políticas sin ambages y constantes pasiones que se coronan en una militancia de la escritura. Hay un enigma en la casi inverosímil capacidad hermenéutica que ostenta para descifrar, o construir sentido, ahí donde el resto nos quedamos varados en la orilla de la opacidad. ¿Será porque se anima sin tapujos a enhebrar en sus textos géneros tan disímiles como el ensayo, la biografía, la reseña literaria, la ficción, la crónica, y en cada uno de esos géneros va mostrando y a su vez ocultando el tan mentado yo? ¿Existe un método María Moreno, no solamente de lectura y escritura sino de pensamiento sobre el mundo? Seguramente la oración anterior sería borrada de un feroz plumazo por ella, ya que —supongo, arriesgo— entiende todo ese proceso como una amalgama sin límites ni fisuras. No estoy afirmando que exista un estilo, un tono, una sintaxis María Moreno, ni mucho menos un cúmulo de temas recurrentes en su obra —eso ya todos lo sabemos—, sino una mirada y un pensamiento María Moreno sobre la literatura, el mundo y sus márgenes. Si la seguimos leyendo es porque se puede hallar en sus textos un brillo de placer, de goce —dejemos de lado las sutilezas conceptuales barthesianas— que produce la lectura en la dinámica del misterio y la sorpresa que como un chicotazo conmueve, o exige una reformulación sobre nuestros propios gustos, taras u olvidos.
Pero aun así. Elogios y despedidas es una colección de microensayos que continúa de alguna manera Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe, el volumen de artículos críticos publicado en 2013 (Mardulce). La primera de las cuatro partes que la componen reúne textos que tratan sobre obras literarias de mujeres. Entre ellos, “Un final que comienza”, sobre Virginia Woolf, es un ejemplo sobresaliente de cómo la atención a la obra y el vínculo con otros autores puede huir de las generalidades con las que se suele urdir el sentido en la crítica feminista. Por otro lado, en “Pequeños retratos”, las semblanzas sobre autoras como de Beauvoir, Dinesen, Gordimer, Lessing, Morrison, Murdoch, Parker o Rhys son modelos de mordacidad, síntesis y paradoja conceptual. En la segunda parte, sobre Chile, no puede dejar de mencionarse un texto sobre Zurita. Allí se lee: “Y hasta podría decirse que la prueba de esa grandeza es esa fusión que hace oír a Pound, a Perlongher, a Zurita, no se diferencia de leerlos, al mismo tiempo que los hace ininterpretables por otros”. En la tercera parte, sobresale la lectura sutil de los textos sobre la vida y obra de Adelaida Gigli y la confesional lectura de Crack Wars, donde adicción y literatura producen esa cuota de extrañamiento que todo texto debería arriesgar. La última parte corresponde a las despedidas de autores que han fallecido. No son necrológicas ni un ejercicio de la memoria. Más bien se trata de viñetas ensayísticas en las que Fogwill, Germán García, Piglia, Forn, Monsiváis y Horacio Gónzalez son retratados bajo el conjuro de la amistad.
El recorrido virtuoso que en términos teóricos y prácticos despliega Moreno para desmarcarse del tan mentado “giro autobiográfico” merece repetidas lecturas por la audacia y el riesgo con que acomete eso que hoy se predica tanto, “poner el cuerpo”. Su lectura es faro, no digo guía, para ese punto ciego donde pareciera que estamos encallados, o directamente callados.
María Moreno, Pero aun así. Elogios y despedidas, Random House, 2023, 384 págs.
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