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Según una creencia cada vez más extendida en las ciencias sociales y las humanidades, lo único que garantiza la excelencia y el rigor académico son los procesos permanentes de evaluación y autoevaluación. Las publicaciones indexadas con referato, los informes de desempeño, las comisiones evaluadoras: ese pulcro purgatorio contemporáneo que Avital Ronell, en la estela de Foucault, llamó “pulsión de examen” y que Mark Fisher caracterizó como “antiproducción burocrática”, un flagelo propio del capitalismo tardío que barre con la idea de que el triunfo del capital iba a erradicar la burocracia. Para esta lógica de la eficiencia, para esta ontología de los negocios, todo lo que existe (la educación, la salud, la ciencia) debe manejarse como se maneja una empresa, y lo que queda “del lado de afuera” de ese universo jerárquico y especializado es lisa y llanamente el caos o la chantada más chapucera e inconmensurable.
Pero hay otra manera de pensar la relación entre el pensamiento y lo amorfo, lo incalculable, lo imprevisto, según la cual el caos no es lo que se opone al pensar, sino aquello que, al mismo tiempo que lo pone en situación de peligro, lo hace posible. No se puede “garantizar” que ocurra el pensamiento, pero se pueden hacer ciertas cosas para propiciar su acontecer. Hay entonces un método en esta otra vía del pensar, sólo que este no se entiende como protocolo de estandarización sino como actitud ética existencial. Si hay saber, si habrá de acontecer un saber, será en los pasillos, en esos espacios abiertos, de tránsito, y será un saber frágil y mutable. “Todo lugar donde se iguale método a pensamiento es un pasillo”, nos dice Juan Laxagueborde en su prólogo, felizmente titulado “Quedarse libre”.
Saberes de pasillo reúne ensayos, artículos y entrevistas en los que Horacio González, a lo largo de veinticinco años, se interroga por el estado de la universidad, los métodos y prácticas y saberes profesionales que le dan una identidad y a la vez la constriñen, y vuelve a interpelar el lugar en la cultura argentina de la universidad pública y gratuita como una promesa de justicia siempre renovada y siempre en peligro, hoy más que nunca, a cien años de los acontecimientos nombrados como “la Reforma”. Esa gran tradición que González honra y relanza al mundo de la vida contemporánea. Porque sobrevuela en este conjunto de intervenciones, que atraviesan momentos tan dispares como el final de los ochenta, los noventa y los años del kirchnerismo, algo así como una advertencia para el presente: resulta llamativo, pero en los ensayos de González los más feroces enemigos de la universidad, aquellos que la amenazan de manera más profunda, no son nunca los enemigos externos (el neoliberalismo, el mercado, el Estado) sino los que la acechan desde adentro: la adhesión entusiasta de cierta izquierda intelectual a los modelos tecnológicos, en los que ve una forma de “modernización”; la estandarización del lenguaje del movimiento estudiantil; el fetichismo de los profesores por el currículum, la especialización y las jerarquías. Un detalle para tener en cuenta.
Horacio González, Saberes de pasillo. Universidad y conocimiento libre, compilación y prólogo de Juan Laxagueborde, Paradiso, 2018, 248 págs.
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