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Según Spinoza, cuanta más realidad le pertenece a la naturaleza de una cosa o a una idea, más fuerza tiene ella para existir. Este libro existe, entonces, por la potencia que durante las últimas décadas demostraron tener los animal studies. La llamada “cuestión de la animalidad” atraviesa en forma transversal todo el cuadrante de la filosofía contemporánea, relacionando entre sí la corriente analítica con la continental, y a ambas con los avances y desarrollos de diversas ciencias humanas y exactas. Su imposición en la actual agenda de pensamiento conduce a emprender un recorrido genealógico siguiendo las huellas que distintos animales dejaron registradas en la obra de los filósofos más destacados de la tradición. En la bibliografía de Spinoza, la temática de la animalidad no es tan central ni tan explícita como, por ejemplo, en la filosofía cartesiana, pero los animales están presentes en todos sus escritos e intervienen en ellos por diferentes motivos. Sin embargo, en este caso y como su título indica, no se trata de lo que Spinoza piensa acerca de las bestias o de cómo las concibe, sino más bien de qué tiene para decir la profusa zoología spinozista acerca de su pensamiento. No son las bestias según Spinoza sino Spinoza por las bestias. Serpientes, caballos, ratones, pájaros, ovejas, vacas, leones, gatos, moscas y muchísimos otros bichos sirven de hilo conductor para que Suhamy recorra, explique y sintetice la filosofía de Spinoza, siguiendo el orden expositivo de la Ética. Justificadas por el mismo Spinoza, para quien las imágenes son el primer andamiaje del intelecto, las ilustraciones de Alia Daval refuerzan la función didáctica del texto.
Suhamy subraya que Spinoza despoja al hombre de toda excepcionalidad. En principio, cuando sostiene que no se puede dudar de que las bestias sienten; también cuando sugiere que quizás los animales no estén privados de razón (todas las cosas tienen alma y por eso piensan en algún determinado grado), pero, sobre todo, cuando afirma que “el hombre no es un imperio dentro de otro”. Para Spinoza, el ser humano es una pars naturae, forma parte de la naturaleza y está determinado por ella, igual que los demás vivientes. En este sentido, no reconoce ninguna diferencia entre las distintas formas de vida o, para decirlo en términos spinozianos, entre los distintos modos existentes. Cada ser, sea de la especie que fuere, puede alcanzar la perfección, que consiste en estar determinado sólo por su propia naturaleza o esencia. Pero la diversidad de naturalezas remite a una relatividad de las perfecciones, por eso “es tan inadmisible conferirle a Dios las cualidades que pueden volver a un hombre perfecto, como lo es atribuirle al hombre las cualidades propias de un elefante o de un asno”. Y aunque las potencias sean inconmensurables, Spinoza parece establecer entre ellas una jerarquía. La perfección del hombre es de un grado superior a la del elefante o el asno, por no hablar de la de Dios. Spinoza insistía en que “lo diferente es incomparable”, y Suhamy no deja de señalarlo. Pero su exposición sostiene una tensión que sólo puede resolverse, si es que fuera posible, volviendo a las fuentes. Casi como las fábulas clásicas, que han utilizado siempre a los animales para ejemplificar ciertas características propias del hombre, el autor los emplea con el fin de racionalizar la obra del filósofo holandés. Resta pensar si en esta obra hay espacio para otro pensamiento acerca del animal y acerca del pensamiento, donde las imágenes tampoco sean, como quería Warburg, subsidiarias de la razón.
Ariel Suhamy / Alia Daval, Spinoza por las bestias, traducción de Sebastián Puente, Cactus, 2016, 160 págs.
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