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Las múltiples identidades que hallamos en la sociedad posindustrial a fines del siglo XX, junto con el singular proceso de diseminación de los derechos de la sociedad civil, son el escenario de la ardiente problemática de género. Los nuevos movimientos sociales sumaron las demandas surgidas de estos actores emergentes y replantearon el problema de la subjetividad a la luz de la sumatoria de los puntos de poder y sus líneas de intersección con el mal denominado “pensamiento posmoderno”. Pensábamos que ya no existía la posibilidad de una vanguardia teórica, tanto en el nivel político como en el estético. Teníamos el espíritu resignado a las trivialidades repetidas como un mantra. Dábamos por imposible esa oportunidad de respirar nuevas tensiones y de exponernos a la incertidumbre de sorprendentes hazañas discursivas. “Di tu verdad y rómpete” parecía una estación demolida por las malas costumbres académicas o sus desidias. Y no sólo por ellas. La reedición de Testo yonqui de Beatriz Preciado vendría a desmentir esa pesadumbre epistemológica, a surcar nuevos caminos para el pensamiento contemporáneo, senderos de irrupción crítica. Pero es una ilusión vaga.
Texto atravesado por la batería de lazos queers, deconstrucción derridiana vía campus de Estados Unidos, feminismo militante y una dosis de biopolítica de cuño foucaultiano, sería un desacierto considerarlo arriesgado, cuando analiza nuestro presente a partir de conceptos de dudosa eficacia y pretende, además, imponerse como un nuevo paradigma de reflexión. Muchas de sus afirmaciones tajantes no pasan de ser intentos de poner otra vez en circulación nociones a las que ya nos habíamos acostumbrado. Preciado llegó tarde y nadie tuvo la elegancia de avisarle. Según se puede entrever en algunas entrevistas que circulan en Internet, su intención más profunda consiste en derribar prejuicios mundanos y brindarnos una disciplina disidente para la búsqueda de la emancipación y la igualdad de los géneros. Su anhelo de renovación —tal vez hasta de escándalo— encuentra de manera persistente obstáculos; la supuesta osadía no hace más que naufragar en lugares comunes, que pueden incomodar a un vecino desprevenido, pero no a un atento lector de la tradición filosófica.
No podemos dejar de considerar incorrecto un texto que se inicia tomando recaudos para el lector. “Este libro no es una autoficción. Se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de testosterona sintética que concierne al cuerpo y a los efectos de B.P. Es un ensayo corporal. Una ficción, es cierto”. Entonces, ¿cómo debería ser leído? Preciado nos cuenta su experiencia de ingesta de testogel —testosterona obtenida de manera ilegal— para modificar su cuerpo y a partir de ahí poner en entredicho su subjetividad. Su análisis parte de lo particular e intenta ir hacia lo general. Considera que la sociedad capitalista en la cual vivimos tiene como eje central el “farmacopornopoder”, que existe una historia documentada de la “tecnosexualidad” y otras noticias de ayer que intentan pasar por postura radical. Apelando a fuertes procedimientos narrativos, la ficción teórica de Preciado queda en apenas una secuencia desordenada de confesiones íntimas que hacen alarde pero sin gracia. Casi como si fuera una novela de amor y erotismo, nos expone sus experiencias sexuales con Virginie Despentes, la autora de Teoría King Kong (2007). A medida que el lector avanza, no puede dejar de tentarse como lo hizo Ezequiel Martínez Estrada frente al peronismo y preguntarse: ¿qué es esto?
¿Acaso no sabíamos, gracias a las postulaciones de Judith Butler, que el género es un sistema de reglas, convenciones, normas sociales y prácticas institucionales que producen performativamente el sujeto que pretenden describir? ¿Dónde radica, por lo tanto, la novedad? Es una inquietud, nada más.
Beatriz Preciado, Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica, Paidós, 2014, 376 págs.
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