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En una conferencia sobre la nouvelle que dictó en la Universidad Autónoma de Madrid y recogida en La forma inicial (2015), Ricardo Piglia propone repensar la novela corta como un género que pivota alrededor de un secreto. Secreto no ocultado por el autor, sino posiblemente ni siquiera conocido por él, y en torno a cuyo vacío se teje la narración. Me vino a la cabeza esta idea cuando leí por primera vez Tambor de arranque (2012), siguiendo la recomendación de Sergio Chejfec, que formaba parte del jurado que la premió en 2012 y que propició su publicación en la Editora Municipal de Rosario. Pocos lectores tan entusiastas y proselitistas como Chejfec, que gracias a su difusión logró que una editorial española, Candaya, se animase a editar la novela en España coincidiendo con el lanzamiento de la segunda edición argentina. Y, carambolas del destino, con el nuevo libro de Bitar, esta vez de cuentos, publicado por la editora cordobesa Nudista.
Así, los lectores pueden sumergirse a la vez en dos libros que son al mismo tiempo parejos y complementarios. Tienen en común una mirada narrativa que escapa de las formas al uso, centrada en lo visual y en la alusión más que en la acumulación de hechos. Pero también despliegan técnicas casi opuestas para construir la narración. Mientras la novela ofrece una narrativa estática centrada en espacios y estados, los cuentos de Acá había un río se presentan como acumulaciones de hechos y sucesiones de acontecimientos. Donde la primera construye meticulosamente una mirada que cincela el mundo en que se mueven los personajes, y desde esa materialidad destila sus sentimientos, los relatos de este volumen hilvanan acciones que presentan a sus protagonistas dando apenas el boceto de sus contextos y situaciones. Acaso pueda encontrarse una explicación a esta diversidad de procedimientos en un detalle genérico que en Acá había un río puede pasar desapercibido: su subtítulo indica que no se trata, en sentido estricto, de una colección de cuentos sino de “guiones para cuentos”. Por supuesto, ninguno de los siete relatos que el libro reúne son guiones, ni puede entenderse que se trate de esbozos a la espera de un desarrollo mayor. Quizás Bitar está dirigiendo al lector a la condición original del cuento, una narración oral que se refiere a un oyente, frente a la novela, que nació ya bajo el imperio de la escritura y con el lector como destinatario establecido. Por eso, estas narraciones juegan, y cuestionan, la idea de narración oral y el modo en que se ancla la atención del lector. Frente al misterio central de la ruptura de Tambor de arranque, que encuentra un vehículo en la narración parca y escueta, los personajes de Acá había un río verbalizan todo lo que les sucede, queriendo de ese modo encontrar un sentido para sus historias. En la nouvelle los personajes sí saben qué ha sucedido, el narrador acaso lo sepa, pero no lo explica, mientras que en los cuentos los personajes quieren saber por qué les ha sucedido aquello, y el narrador, atento, intenta darles una mano.
Francisco Bitar, Acá había un río, Nudista, 2015, 112 págs.
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