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Cuando le preguntan por qué, después de vivir casi medio siglo en Francia, no cambió de idioma, Arnaldo Calveyra suele contestar que no domina la temperatura de las palabras francesas. No es una mala respuesta si se piensa que basta una sola elección léxica equivocada para someter el poema a la fiebre o la hipotermia. Silvia Baron Supervielle se estableció en París de manera más o menos permanente hacia 1961 pero, a diferencia de su compatriota, abandonó, para escribir, la lengua del Río de la Plata, su lugar de origen. La poeta explicó varias veces las causas de la conversión, que no derivó en la fe del converso, es decir, en la superstición de que una lengua sería más “poética” que la otra.
Las vacilaciones propias de quien trabaja con una lengua ajena impusieron la brevedad. El pudor, la reticencia, rodea de silencio los poemas de Baron Supervielle. Fue justamente Calveyra quien, en el prólogo a El agua extraña / L’eau étrangère, de 1993, les atribuyó a esos poemas la condición de la música callada de San Juan de la Cruz: “No oír el silencio de esta música sería pasar por alto las palabras que son su parte visible”. Las palabras construyen el silencio, son emanación de él, y su presencia denuncia el lugar de la ausencia: la de la lengua de origen, mentada por oposición. “Mas de pronto / el infinito / renace en el blanco”. Si este volumen no se llamara como se llama, podría haber tomado su título de uno de los libros que lo integran, Alrededor del vacío, cuyos primeros versos hacen claro un programa: “un vacío vencido / por otro vacío / más amplio y más / lúcido y pleno // lanza su largo / vuelo animado”.
Leer Al margen / En marge –mil páginas entre tapa y contratapa– es asistir al despliegue paulatino de una tentativa: “nada está preparado / ninguna hoja / ningún diciembre / ni remota llanura / ni mano ni sereno / atardecer / ni verano ni abrazo / de un poema”. Pero esto no implica que los versos sean, por decirlo así, espontáneos, sino que el poema y los poemas avanzan a tientas; finalmente, confunde más el silencio que la palabra, más la claridad del blanco que la oscuridad del negro en la página. “Un silencio de fierro / atraviesa el sol”, se lee en la segunda estrofa del primer poema de su primer libro Las ventanas / Les fenêtres, de 1977. El suyo no es un silencio conceptual; es un silencio material, que consuela: el lugar, digámoslo con ella, en que “la hierba / descansa / de las ruinas”.
La cuestión de si la patria de estos poemas es la literatura francesa o la rioplatense constituye en el fondo un expediente irrelevante, justamente porque aquí no se afirma ni se niega ninguna idea de patria: más bien, los poemas entran en pugna con ella. ¿Cómo se traduce a sí misma Baron Supervielle? No hace, como solía hacer en ocasiones Beckett, otro poema, tan válido por sí mismo que no anula ni se solapa con el del punto de partida. Al traducirse, pone en abismo su poesía. Airea las dos orillas; en primer lugar la francesa, aunque habría que decir que la poesía de Baron Supervielle es un acontecimiento también para la poesía argentina. Lo es no sólo por lo traducido sino también por lo intraducible: “solo el umbral”, traduce. ¿Pero cómo reproducir la belleza discreta de “seul le seuil”? Acaso nadie conozca mejor una lengua que aquel que puede entrar y salir de ella; con naturalidad, cierto, pero también con la fricción de aquello que persiste siempre un poco extraño.
Silvia Baron Supervielle, Al margen / En marge. Poesía reunida, traducción de Silvia Baron Supervielle, Eduardo Berti, Axel Gasquet, Vivian Lofiego y Diego Vecchio, Adriana Hidalgo, 2013, 1006 págs.
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