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Puede ser Vonnegut, Sarlo, Vila-Matas, no es decisivo, pero cada tanto alguien recuerda con sinceridad y lucidez que no hay tantos temas en la literatura. Uno de esos temas es la intemperie, la orfandad, la deriva, como efectos del desamor y el abandono. Libros tan diferentes como Los enamorados, de Alfred Hayes, El entenado, de Juan José Saer, Ida, de Oliverio Coelho, o La vida privada de los árboles, de Alejandro Zambra se han escrito con ese tema. También Apenas una tormenta, de Ariel Pavón. Y sin embargo, cada libro es solitario, cada experiencia es personal.
La novela de Pavón está construida en tres movimientos, con tres relatos que se continúan y se deshilvanan, pero que nunca pierden de vista su eje. La primera parte (“Merodeo”) transcurre en un pueblo de ninguna parte al que ha llegado Martín, tras haber dejado atrás dos formas de la convención burguesa: la dependencia y la abundancia. La segunda parte (“Extravío”) presenta a un hombre joven y desocupado, que no parece hallarse en la matriz familiar. La tercera (“Arribo”) les da voz a los niños fantasma que hasta ese momento se habían insinuado en los relatos anteriores. Pavón tiene la virtud hacer que el realismo se vuelva de a poco extrañamente fantástico, como ocurre en los relatos de Hebe Uhart o Felisberto Hernández.
En la segunda y en la tercera partes, los niños terminan de afirmarse como el objeto sensible de la novela. Los niños como fantasmas. Es otra invariable de la literatura: cuando los niños no son apósitos de una moral adulta (a menudo la del autor), siempre parecen sueños o fábulas; almas perdidas, infancias que saben reflejar los límites del lenguaje.
“Llevamos una vida simple. Poca cosa se requiere para seguir adelante. Será que no esperamos nada. Apenas una tormenta cada tanto, o alguna estrella fugaz, o una súbita brisa perfumada. O el arribo de otro de nosotros”, dice la última voz de la novela; una voz de niño, pero nada infantil, una voz de plegaria y de anuncio. Hay una torsión muy bien lograda en Apenas una tormenta, un deslizamiento muy sutil y efectivo; nada haría pensar en el comienzo que todo acabará en un paisaje lunar, en esa zona fantástica de la realidad, que trae momentos del mejor Cortázar, de Las invitadas, de Silvina Ocampo y, más cerca, de Las anfibias, esa preciosa novela de Flavia Costa, donde también hay niños y padres, y la siempre distópica irrealidad del amor.
Sin embargo,lo fantástico en Apenas una tormenta no la vuelve una ficción diletante. De hecho, también hay una dulce, pero no menos sombría evocación del gran niño de la literatura argentina, del niño o la niñez estropeada; del niño proletario, de Osvaldo Lamborghini. Por suerte, los missing children de Pavón, a diferencia del niño de Lamborghini, han aprendido la lección; han aprendido a escapar, han aprendido a correr cada vez que la Historia lo vuelva necesario.
Ariel Pavón, Apenas una tormenta, Gárgola, 2014, 160 páginas.
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