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La historieta Aventuras de Pi-Pío fue una creación de Manuel García Ferré (1929-2013), publicada originalmente entre 1952 y 1960 en Billiken y readaptada más tarde para la revista Anteojito. La Editorial Común, dirigida por Liniers (Ricardo Siri) y Angie Erhart Del Campo, vuelve a ponerla en circulación hoy. El primero de dos tomos (el segundo aún está en proyecto), Aventuras de Pi-Pío fragmenta y reorganiza una parte del material que circuló entre 1952 y 1956. La restauración de las páginas de Billiken fue realizada por Pablo Sapia a partir de su colección privada y evidencia un cuidadoso trabajo profesional de enmienda de errores tipográficos, retoque de color, impresión y adaptación del formato original. Hasta aquí, los datos. Ahora bien, hablemos de lo que supone este “rescate”, adagio incierto de la industria.
¿Qué sentido tiene el pasaje de una historieta de quiosco ofrecida para el público infantil al formato libro para adultos y de venta en librerías? ¿Constituye este material una obra para una comunidad de lectores y críticos que, ante su falta de circulación, vuelve necesaria su restauración? Ya se sabe que la lógica gráfica y editorial de tipo“continuará”, característica de las revistas de historieta en las que publicaban autores como García Ferré, fue cediendo paso a nuevos soportes y formatos. La reparación de esos materiales discontinuos y de circulación en quioscos borra el desplazamiento y propone un retorno conflictivo. El resguardo del patrimonio gráfico supone una acción consensuada y, sin embargo, no toda renovación ni persistencia es por sí misma imprescindible. Simon Reynolds sugiere que la intersección entre cultura de masas y memoria personal es la zona donde se engendra lo retro. A partir de allí parece posible entonces la comparación entre el “rescate” de Pi-Pío y el cansado déjà vu de Iggy Pop, las nights a lo Sex Pistols o las “icónicas” imágenes de Madonna o Marilyn en las prendas de la juventud ochentosa… O más allá, hasta el revival que va de la indumentaria hipsteriana a los muebles estilo escandinavo del mercado de pulgas. Lo cierto es que, ni canónico ni a la moda, el rescate como estilo es siempre uno y el mismo. Y aquí no se discute que Liniers se dé el gusto de reversionar su “querido Pi-Pío de infancia”, porque al hacerlo deja atrás la idealización nostálgica del culto al pasado. Por el contrario, se trata de una empresa cercana al bric-à-brac lúdico y pop antes que a los proyectos conservacionistas de mucho del folclore historietístico y reaccionario, esos que honran una golden age que, en rigor, nunca existió por fuera de sus parámetros de mercado. Otras líneas de análisis (que habrá que continuar en una reseña del segundo tomo) nos podrían llevar a referirnos al tratamiento de los temas de esta producción típica del humor moralizador e ingenuo “a lo Quinterno”, o bien, a la comparación entre las travesuras ramplonas del “pollo sheriff Pi-Pío” con “otras aventuras” de la época, extremas estas, las de ese pollo manco y casi siempre sodomizado por La mujer sentada de Copi. Seguramente sería una tarea estimulante.
Manuel García Ferré, Aventuras de Pi-Pío, Editorial Común, 2015, 200 págs.
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