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Habría que comenzar esta reseña diciendo, en una meditación que tiene a la densidad simbólica de un “cassette” como su centro exacto, que el verbo “rebobinar” quedó desterrado para siempre del léxico regular en términos de habla popular, salvo para Michel Gondry y su nostálgico Be Kind Rewind (Rebobinados, en la Argentina); el acto de hacerlo, es decir, de desandar el camino era, aunque engorroso e incluso en algunos casos deletéreo para con el material, un acto fructífero: primero se grababa algo, luego venía el efecto de la reproductibilidad técnica y después se retornaba al inicio oyendo el rechinar chistoso de una banda magnética en apuros. A veces se volvía de forma casera con una lapicera y en otras ocasiones ni siquiera había que preocuparse demasiado: al escuchar el “lado B” del cassette dejábamos las cosas en su sitio una vez más.
Edgardo Scott (Lanús, 1978) acomoda sus recuerdos en Cassette virgen a través de relatos que de manera anecdótica y autobiográfica intentan testimoniar aquello que John Berger denominó “las esquirlas que el facetado de una vida deja por doquier, esquirlas cuya desemejanza las distingue de lo continuo y lo ordinario”. Se articulan de forma más o menos ordenada en dos secciones cuyos títulos “Lengua materna” y “Lengua extranjera” hacen pensar en los lados, tanto “de acá” como “de allá”, que postulaba el Cortázar de Rayuela, aunque las preocupaciones son harto distintas: las de Scott tienen que ver con el retrato (fetichista por momentos) de espacios verdes o de edificios abandonados, con las particularidades inherentes a los personajes aledaños a su estudio en Colegiales, con la música de Stevie Wonder o de John Lennon, con la dictadura y con la lengua (los lenguajes) que fue aprendiendo en su derrotero biológico. El tono general es simple, como el de alguien que nos cuenta mansamente algo que vio o vivió sin detenerse demasiado en las acentuaciones o modulaciones que el registro requiere. En el prólogo que el mismo Scott firma, dice haber escrito estos relatos “guiado por esa voz que parecía accesible y por situaciones y personajes que se imponían sin fuerza, con nitidez”. Esto se nota, sí, pero además se nota la distancia entre uno y otro dada por la repetición de ciertas fórmulas (“siempre me ha llamado la atención” es la que más se evidencia, entre otras) que vuelven continuamente en (casi) cada relato y que el ensamblado en bloque de un libro no debería dejar pasar por alto. Aquí es donde la editorial ha fallado como moderadora de faltas, como ente que necesita trabajar en pos de lograr una cierta organicidad y un estilo sin costuras evidentes, costuras que atentan contra la misma narración. Paradójico es que no hayan vuelto sobre los textos para notar esto, paradójico es que no les haya interesado rebobinar el cassette.
Edgardo Scott, Cassette virgen, Emecé, 2021, 208 págs.
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