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Cómo me convertí en robot

David Nahón

LITERATURA ARGENTINA

El título de este libro de David Nahón ―Cómo me convertí en robot— está escrito con tinta azul y letra pixelada en las hojas gruesas que componen la colección Herramientas de la editorial Desde un Tacho. Rodeado de Ascii Art, es un título que se enfoca en un modo de estar en el mundo, al mismo tiempo que esconde una pregunta. Como el arte ―y como el amor―, convertirse en robot no es para cualquiera: requiere un tiempo, una demora, un trabajo, uno y múltiples cuestionamientos. Esa es la dificultad que va a asumir la voz de Nahón en esta serie de veinticinco pasajes que se articulan entre el ensayo y la prosa poética. La paradoja va a funcionar como uno de sus dispositivos preferidos: va a encontrar cierta revelación ―además de algo del orden de lo que se niega y de lo que se afirma― en descubrir que, a los tres días de muerto nuestro cuerpo, las enzimas que servían para digerir los alimentos terminan por consumirlo. O en pensar la muerte como “la declaración más formidable de que algo estuvo vivo”. Destellos de lucidez como estos van a ser catalizadores de la materia con que Nahón trabaja y van a alimentar su paradoja esencial: convertirse en robot es, en su escritura, hablar desde y sobre una naturaleza demasiado humana.

Nuestro psiquismo, nuestras emociones, nuestros recuerdos, nuestros genes o el origen de nuestra tristeza son sólo algunos de los temas sobre los que Nahón indaga. Y lo hace desde un “nosotros” que nos obliga a preguntarnos si convertirse en robot no será, en realidad, asumir una inteligencia colectiva, más que una inteligencia artificial: la inteligencia de ser conscientes de todo lo que tenemos en común, de todo aquello que nos excede y, al mismo tiempo, nos constituye como individuos. Entre el lenguaje del psicoanálisis y la crítica de arte, entre el tono enciclopédico y el poético, Nahón habla de lo más singular de nuestra especie. Moviliza e invita a pensar. Se permite trasladar una escala que mide el impacto en la tierra de todo lo que vive en el espacio al efecto que produce el encuentro entre personas. O poner a dialogar las formas de vincularse de ciertos peces con el de la herbácea perenne Chlorophytum comosum, para que hablen por sí solas. Muestra sin decir, porque sabe que el lector de sus textos también es humano, o un robot que ―después de mucho trabajo― es capaz de afirmar que “Las cosas se caen, las personas se van. Quedamos nosotros soltando o sosteniendo esos derrumbes”.

Si por momentos sus textos son oscuros, porque ―dice― “ya asimilamos mucho de la vida, es hora de empezar a aprender de la muerte”, siempre nos interpela desde la búsqueda: nos invita a hacer, a escribir, a estar unidos. “Incluso si”, “a pesar de”, “aun así”: sus textos están repletos de concesiones, porque en ese espacio encuentra la lucidez, como “el único relámpago de grandeza en la existencia de ese hombre que sabe que va a morir y ―sin embargo― sigue viviendo”. Por supuesto que, más allá de la apuesta por el encuentro con el otro, convertirse en robot también es un proceso individual: “quiero que exista una emoción nueva”, nos dice una voz que descubre en el deseo la única vía posible. Porque para Nahón, una obra de arte “funciona” cuando produce, en un sistema de generalidades, algo nuevo, una información que desorienta. En este sentido, sus textos son singulares porque desestabilizan, porque construyen a partir del deseo, porque cuestionan el modo en que solemos estar dormidos, tratando de emular lo que funciona en lugar de pensar ideas. Cuando terminamos el libro, acariciamos la textura del papel, nos alegramos con su consistencia ―como la de algunos cuadernos que preferíamos cuando íbamos a la escuela―, sólo que ahora nos permitimos desearla, con la seguridad de que también pudimos apreciar sus finezas.

 

David Nahón, Cómo me convertí en robot, Desde un Tacho, 2016, 48 págs.

24 Ago, 2017
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