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Una de las maneras más comunes de abordar la política desde la literatura es aquella novela que pone el contenido político (representación, concientización, bajada de línea) por sobre todo. Sin embargo, hay muchos ejemplos de autores que operan distinto, entre ellos, dos casos icónicos: Walsh y Saer. Walsh por oposición, porque creía que el uso político de la literatura debía prescindir de la ficción. No es que concibiera que la literatura no debiera relacionarse con la política (Operación masacre es no ficción netamente literaria), sino que, en un momento, creyó que esa relación no debía ser a través de la novela, sino del testimonio. Y Saer por forma, es decir, no prescindió de la ficción, sino que escribió novelas profundamente políticas (Cicatrices, por nombrar un ejemplo emblemático) en donde la política parecía estar fuera de cuadro, no se enunciaba, se sentía. En Confesión, su última y gran novela, Martín Kohan parece tener como norte a estos autores que, no es casual, menciona en la primera parte. Un ajuste: Kohan no indaga sobre el presente, sino sobre el pasado político, que, está claro, lo dota de sentido.
Confesión está dividida en tres partes: “Mercedes”, “Aeroparque” y “Plaza Mayor”. En la primera parte, la más extensa, el nieto de Mirta López narra, a través del recuerdo de su abuela nonagenaria, la fascinación que Mirta tenía a sus doce años, en el 41, por el hijo mayor de los Videla y la confesión de sus pecados lascivos al padre Suñé. Esta primera narración es, a su vez, interrumpida por breves ensayos sobre el Río de la Plata y sus afluentes que corren debajo de la ciudad. La segunda parte, narrada en un tono periodístico, directo, es una crónica sobre un hecho político olvidado: la preparación y ejecución de la Operación Gaviota, un atentado fallido del ERP contra Videla del 17 de febrero de 1977. Y en la tercera, Mirta López, mientras juega un partido de truco con su nieto, le confiesa un secreto oscuro del pasado.
Esta estructura que puede parecer confusa no lo es en absoluto; por el contrario, es una arquitectura calculada, que hace que las partes cobren fuerza por su disposición, algo central para la manera de narrar en espiral de Kohan. Es decir, no privilegia lo que se cuenta por sobre cómo se lo cuenta. En otras palabras: el tejido del lenguaje importa y el autor borda lleno de recursos literarios: lo no dicho, la repetición (de frases, de ideas), el correlato (la ciudad le dio la espalda al río, ¿y la sociedad a qué?).
¿Cómo se hace para escribir sobre un tema que parece saturado, sobrescrito? Respuesta: cambiando la perspectiva desde donde se mira. En la novela la dictadura no está en el centro, Videla no es el protagonista, su figura aparece de manera lateral (no tiene voz, es cuerpo al principio y sombra después); lo que importa es lo que provoca esa figura en la verdadera protagonista: Mirta López. Es la abuela, con su conciencia remordiendo por su accionar del pasado, entre ingenuo y macabro, el personaje que marca el pulso narrativo. Porque es a través de su memoria personal, balbuceante, suspendida (y, claro, subjetiva) como se recrea un tiempo, las condiciones que se dieron para que se viviera ese tiempo en el que una porción grande de la sociedad eligió no dejar que sus vidas fueran alteradas por hechos exteriores, aunque estuvieran a la vista de todos. ¿Cómo podían llevar una vida normal con el infierno que había afuera? Como Mirta, porque sí, al destino hay que entregarse, pero también un poquito labrarlo.
Martín Kohan, Confesión, Anagrama, 2020, 200 págs.
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