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El tiempo vivido no siempre puede ser recordado totalmente; lo anterior, lo que aconteció en el pasado, regresa de manera fragmentaria en nuestro presente. Del mismo modo que resulta complejo encontrar un correlato entre el pasado y el ahora, muchas veces es difícil hallar una correspondencia entre lo que queremos decir y lo que efectivamente decimos, sobre todo si el paisaje que nos rodea nos impacta por su intensidad. En el poema “Después de ver el monte Fuji”, Nurit Kasztelan enuncia: “Cada vez hay más distancia / entre lo que contás / y lo que en realidad querés decir”. Hay formas de la experiencia que, por su resplandor, y dimensión, terminan por ser intraducibles en palabras, y la poesía trabaja en ese plano alrededor de aquello que apenas se vocaliza y apenas se puede compartir con los otros.
Viajamos para encontrarnos y también para narrarnos a nosotros mismos, pero desde otro lugar anterior al del punto de partida, y el movimiento ciego a veces es una brújula desde la cual podemos dibujar una nueva identidad y una voz distinta. Puede también que todo viaje no implique una traslación física sino un cambio interno: “Pasamos el momento en que el cuerpo / empieza a tener memoria / : uno de los dos volvía de un viaje / y nos abrazábamos callados en el sillón / un rato largo, no era necesario decir nada / los cuerpos se movían solos / los besos y el ir corriendo al cuarto / el pan con manteca /, después, el anecdotario de vivencias /, después, los abrazos torpes, después / el sueño interrumpido, después / los días por venir, / después, el dolor también, / después”. Los sentimientos en ocasiones tejen nudos que sujetan diferentes momentos de la experiencia y la anclan a un momento y a un territorio borroso. ¿No hay acaso un punto de la trama de lo vivido de cada uno en el que se disuelve y se pierde cualquier referencia conocida? ¿Cómo recuperar los nombres de nuestro árbol genealógico sin que falte ninguno de nuestros seres queridos? ¿Y cómo reencontrarnos con quienes nos han amado y hoy son sólo imágenes guardadas en el fondo de nuestra mente?
Cuando el mundo se presenta como una contingencia, es necesario recurrir a un método, un camino íntimo que nos resguarde de aquello que de manera imprevisible podría borrar nuestro propio centro de gravedad. Es lo que la autora nos recuerda en el poema: “Una sola regla: No enamorarse. / Lo sabíamos y jugábamos / a creer en otra cosa. La irrealidad / también se mide / en los excesos de la casa: / cigarrillos en el piso, / botellas vacías sobre la mesa /, resistir una semana / con tres horas de sueño. / Todavía no lavo las sábanas. / ‘El amor llegará con maletas’ / me había dicho el I Ching”. ¿Quién dice que en cualquier pérdida no hay también algo de reparador? En términos del I Ching, bien podríamos decir que la perseverancia y la consecuencia traen un elevado éxito. Aunque aquí la mirada de la poeta se detiene en la disolución, y en las diferentes modalidades del futuro que aún no terminan de resolverse. Tal vez el trabajo de la escritura sea reflexionar sobre el paso de los años para anunciar aquello que aún no sucedió. Por eso Kasztelan escribe despacio, como si las cosas se movieran a una velocidad mayor de lo que podríamos advertir desde nuestro modesto visual, y en esa pausa quizá nos remarque que es necesario olvidar mucho de lo que aprendimos para recuperar la confianza en lo que vendrá. Porque, a fin de cuentas, ¿quién quiere verdaderamente volver atrás en el tiempo?
Nurit Kasztelan, Después, Caleta Olivia, 2018, 60 págs.
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