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Desde su título, Dos poemas inconclusos nos plantea el dilema de aquello que no encuentra punto de fuga, aunque no en términos de finalización sino como fenómeno que nunca concluye de aparecer ni de retirarse. Será trabajo del poema, en consecuencia, intentar darle una forma a esa materia resbaladiza que puebla la conciencia, tal como ocurre en las dos partes que componen el texto.
En la primera, el rótulo de “La drogada familia” resulta acorde a su contenido, aunque diferente a las expectativas que el adjetivo genera. Es en el modo de la enunciación donde se produce la alteración química, y no en el seno de las relaciones tratadas. La vida rural, la ascendencia europea, la incomprensión y el rescate de las sensaciones y experiencias componen el plano de referencias a partir de los cuales el poema intentará erguirse, y lo que se verá afectado será la percepción, la memoria que titubea y no alcanza a convertirse en recuerdo.
El yo lírico se presenta como un ser descentrado, difuso en el espacio doméstico o el paisaje, con el anhelo de encontrar las huellas que reflejen las ausencias: “y en los playones verdes / cortados cada tanto por el marrón camino / corredores de álamos como lenguas de plata / como bocas de viento / en plena verde nada / yo te oía”. En ese contexto, se destaca la distribución de los versos en la página, principalmente por la aparición de blancos en medio de ellos, marca que coincide y denota la ansiedad de unión de los fragmentos que se resisten, como por ejemplo en este par: “y cada tantas veces el manchón / el salto de una liebre gris entre los pastos”.
Como segunda sección, “Las hermanas de Kafka” trabaja en una zona de descubrimiento de lo propio en lo ajeno. La voz utiliza fragmentos y citas para indagar en sí misma mientras repasa una vida lejana, pasada y extranjera, y lo hace con una precisión especular y una inquietud carnal: “escribo todo esto porque estoy desesperado / a causa de mi cuerpo y del futuro / con este cuerpo”.
A su vez, el intento de trasvasar el yo del maestro checo a nuestro idioma pareciera que sólo puede ser sostenido si en esa unión de fantasmas hay un cuerpo reflejando las peripecias que el otro vuelca en la letra. De ahí que no devengan una mera operación de traducción versos como “al fondo del pasillo está mi padre / puede verme sin ver / mirarme sin mirar un gesto suyo/ basta para salvarme”.
Cabe preguntarnos por qué piezas al parecer tan distintas y distantes se nos entregan en un solo volumen. Una posible respuesta estaría dada por la subterránea sensación de que su contigüidad despierta, ya que el pasaje de una parte a la otra, si bien notoria en cuanto a sus referentes, no se ve modificada respecto al centro emotivo. Los vasos comunicantes se entraman en el rumor sordo de una insistente y esquiva memoria familiar, que en ese rasgo denota el impedimento de concluir con ella y deja a cargo de la voz la obligación de dar un corte. Y la voz lo hace, completando el vacío de lo que se rebela.
Mario Nosotti, Dos poemas inconclusos, Caleta Olivia, 2021, 62 págs.
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