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Se sabe, el suicidio no es una muerte normal. Cuando alguien cercano se suicida, una bomba estalla en el centro del cerebro y te llena de esquirlas que parecen imposibles de sacar. Uno se queda sin palabras, fuera de juego, knock-out, rogando para que la experiencia se transforme en recuerdo, en algo que pueda ser investido de lenguaje. Doce años tuvieron que pasar, desde que su madre pegó el salto, para que Marina Mariasch pudiera escribir este libro. Doce años, varios otros libros y un tiempo fuera del tiempo: el confinamiento obligado de la cuarentena.
Efectos personales relata el proceso de un duelo y recorre una serie de escenas que todo golpeado por un suicidio cercano atraviesa. Son pequeños episodios, reflexiones o elucubraciones de los que las personas dañadas son presa, que bien podrían nombrarse como La noticia, La carta, La culpa, La acusación, Poner orden en las cosas, Contarlo, Los detalles. Querer saber, “Si hubiera hecho tal cosa”, “Por qué no le dije”.
Pero el padecimiento es en primerísima persona y los efectos son personales: una campera, un bolso estrictamente ordenado, dos cartas. Y además, y sobre todo, lo que sigue, lo que llevó a eso. Es necesario reconstruir los hechos, seguir los rastros en la agenda o en el historial del buscador. Los indicios no pueden leerse hasta que a la luz de los acontecimientos resultan evidentes.
El libro se inicia con ese día: el contraste entre la vida cotidiana, los hechos banales y ordinarios, y el palazo de la noticia. El mundo sigue andando pero el propio se detiene, un gong interminable retumba en la cabeza. Como la detective de un policial, Mariasch pregunta a la familia cercana por sus recuerdos de ese día, a las amigas que la acompañaban cuando sonó el teléfono. Coteja las versiones. Escribe al viejo analista de su madre y al psicoanalista que estaba en el velorio. No busca la verdad, busca los matices de la experiencia. Quiere saber: a qué velocidad cae un cuerpo, qué se siente en la caída, si los animales se suicidan, si el deseo de desaparecer ya estaba ahí. No hay otra forma de reescribir la trama de la propia vida. Una escena no prevista y fulminante descalabra cualquier relato. Es necesario repasar la historia familiar: el matrimonio de los padres, la historia de cada uno, el divorcio, los amores posteriores, su propio matrimonio, los hijos, los malestares, el divorcio, los encuentros amorosos. Buscar la diferencia.
Para escribir, para comprender, para ubicar los hechos en algún lugar, Mariasch lee todo lo que está a su alcance. Ahí están Durkheim y Cioran. El ensayo sobre el suicidio de Marx. El dios salvaje de Al Álvarez. Los suicidios de las poetas: Pizarnik, Storni, Sexton. Las teorías. Las clasificaciones. El psicoanálisis como sustento. También la filosofía, el feminismo y la literatura, claro. Mariasch es poeta y sabe de montaje. Liga escenas por simpatía. Arma poemas con retazos de mails. Transcribe las respuestas a sus preguntas, fragmentos de la carta de la madre, de Wikipedia, de canciones. Cita con pertinencia. Escribe frases para subrayar. Efectos personales es un libro irreverentemente culto, usa lo leído, que es mucho, para encontrar palabras donde hay perplejidad.
Hay, también, lugar para el humor. Su travesía por terapias y formas de sanación para poder lidiar con el asunto es, por momentos, hilarante: el club de los suicidas, la medicación psiquiátrica, la sesión más cara de la historia con la terapeuta conductista, la astróloga brasileña, las constelaciones familiares, la meditación guiada con incienso y campanitas, la versión new age del temazcal de las culturas mesoamericanas en la que el chamán manochanta la manosea.
Exploración del duelo, ensayo autobiográfico, Efectos personales traza un arco que va de la noticia fulminante al fin de la escritura y la apertura del confinamiento. Si la pregunta por el sentido de un final nunca se detiene, ahora se escucha una musiquita nueva. Un libro valiente, intenso, lúcido, bellísimo.
Marina Mariasch, Efectos personales, Emecé, 2022, 240 págs.
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