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El entrenamiento de la mente

Irina Garbatzky

LITERATURA ARGENTINA

En su “Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos”, Quevedo se pregunta: “¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de sentir lo que se siente?”. Estos dos interrogantes en forma de contrapunto podrían leerse, hoy, como una puesta en duda de la veracidad afectiva de la palabra poética. Dicho de otro modo: el decir del poema nunca se correspondería con un decir de la emoción. Algo parecido escribe Irina Garbatzky, casi como una declaración de principios, en El entrenamiento de la mente: “No habría que escribir la verdad de los sentimientos. No habría que contar la intimidad de las cosas que se dicen o que se piensan. No sé qué digo o qué pienso, o sí lo sé, ¿y qué cambia? Hay que escribir lo que no se sabe de lo que se piensa. En verdad, ya no quiero escribir. Quiero describir”.

Y digo una declaración de principios porque, sobre este estatuto, se recorta su opuesto: poéticas de la expresión o la declaración; escrituras que recuperan algo del tono del posteo, palabra donde resuena la resignificación argenta de “tener la posta”. Escrituras del posteo o de la posta, de la certeza, de la aseveración, poéticas en las que predominan las definiciones, escrituras donde el poema se transforma en poemapp: una aplicación que se maneja desde el celular estableciendo una identidad entre lenguaje, pensatividad y afectividad. El entrenamiento de la mente, sin embargo, no construye su lugar enunciativo desde el marcado de esta oposición. Yo diría que hace lo contrario: el tono es engañosamente íntimo —por momentos, los textos parecen las entradas random de un diario íntimo— e incluso declarativo: “Hay que escribir lo que no se sabe de lo que se piensa”. Y digo engañosamente porque cuando releemos notamos precisamente otra pulsión: “En verdad, ya no quiero escribir. Quiero describir”. La aserción previa se transforma, de inmediato, en vacilación: querer escribir es suplantado por querer describir. Sin embargo, no habría que leer la descripción en su reminiscencia objetivista, porque si describir sustituye a escribir sólo lo hace bajo la lógica pulsional de aquel querer. Entonces, en verdad: querer desescribir. Así, El entrenamiento de la mente contempla esos dos movimientos: querer escribir y querer des-escribir, ir para abajo y luego para arriba, pararse y levantarse, girar para un lado y para el otro. Me pregunto si esta no es la sintaxis irreductible de toda gimnasia: entrenar la mente sería, acá, ejercer la práctica cotidiana de la indecisión, de la irresolución o la perplejidad, del registro de los altibajos anímicos, los cambios de lugar para los muebles, los recovecos en donde se esconde el gato o la cantidad de caracteres que debe tener un artículo académico. Des-escribir sería, entonces, dudar de la escritura o, en todo caso, ponerla al servicio de una poética del titubeo, un materialismo afectivo que rastree las partículas emocionales de una vida que se interroga a sí misma como operatoria de transformación crítica: “Cada vez que estoy por decir algo tengo algunos miedos. Miedo 1: ¿si me escuchás, te irás? Miedo 2: ¿y si lo que siento no es verdad?”. Quizás, por eso, no termina de cerrarme la figura de prosa poética para pensar El entrenamiento de la mente. En todo caso, la escritura de Garbatzky me parece más cerca del ensayo poético, en la línea de Gaston Bachelard o Henri Meschonnic, pero también del Diario de duelo de Barthes. Cuando aparece la intimidad, entonces, aparece leída. Si aparecen los sentimientos, vendrá una pregunta. Si surge una afirmación, habrá un pero: “Ayer hablé con una amiga que me preguntó si estaba escribiendo. Muy poco, pero sí. Casi nada, pero algo”. Garbatzky se entrena exactamente ahí, en el dilema disyuntivo: “A los que desafortunadamente no somos deseo, nos constituyen los obstáculos”. Por último, entre los poemas de Garbatzky se filtra la mención de un único libro: La historia interminable, de Michel Ende. “Hay días en los que se levanta, alrededor de las cosas, una cortina de ansiedad. // (Es la selva de La historia interminable. Una selva que crecía de noche, para compensar el desierto que asolaba a Fantasía). // Y leo revistas en la tempestad”. ¿No es esa lucha fantástica contra la Nada una imagen sintética y perfecta de El entrenamiento de la mente?

 

Irina Garbatzky, El entrenamiento de la mente, Iván Rosado, 2020, 56 págs.

26 Mar, 2020
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