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El año pasado tuve la suerte de ver una traducción mía al inglés del cuento “La fiesta de los enanos” de J. Rodolfo Wilcock publicada por la revista británica Granta. Sin pensar mucho, mandé el vínculo a todos mis amigos y familiares angloparlantes. Un par de semanas después, recibí un mail de mi madre: “Kit: He leído el cuento de los enanos. No sé si voy a volver a leer otra cosa que traduzcas en mi vida”. Y claro, en mi entusiasmo había olvidado que Wilcock no es para todos.
Y sin embargo sigo pensando que hoy en día Wilcock encontraría un público bastante más grande y acogedor que el que existía en su tiempo. En el mundo de la literatura, por ejemplo, hay un género popular que parece inventado para Wilcock, el New Weird, y si le imagináramos un cambio de carrera seguramente podría encontrar trabajo como guionista inventando crueldades estrafalarias en Game of Thrones, u horrores camp en American Horror Story, The Strain o alguno de los muchos programas recientes que combinan los tropos de la fantasía y la mitología con un “realismo” contemporáneo y erótico. Claro que Wilcock los mejoraría, y si tuviera como co-showrunner a su socia en la crueldad artística, Silvina Ocampo, qué maravillas nos esperarían.
El estereoscopio de los solitarios, publicado en nueva traducción de Ernesto Montequin por La Bestia Equilátera, después de la colección de cuentos El caos y en lo que esperemos sea un programa de reedición de toda su obra, fue descrito por Wilcock mismo como “una novela con setenta personajes principales que no se encuentran jamás”. Hoy, me parece que lo llamaríamos una colección de setenta piezas de flash fiction, cada una de las cuales presenta un personaje o situación fantástico, raro o trágico en los que se exploran las lógicas, crueldades y menesteres de la soledad forzada o elegida. No creo que sea una exageración decir que cada una podría ser una novela independiente. De hecho, puedo afirmar que ya existen varios ejemplos de estas novelas. Muchos de los personajes serán familiares: una Medusa vanidosa, un hombre-lobo bailando en su departamento, valquirias aburridas, un centauro-artista… pero eso no le resta ni por un momento su originalidad o rareza achicharrante. Claro que no hay espacio aquí para un resumen exhaustivo y tampoco creo que sea aconsejable; uno de los grandes placeres de El estereoscopio… es redescubrir un monstruo o personaje que uno había olvidado. Otro es el lenguaje y el fraseo exquisitos con que Wilcock crea sus escenas. Desafío a cualquier lector a leer la primera frase de cualquiera de las piezas de El estereoscopio… y no seguir leyendo hasta el fin.
Este proyecto de La Bestia Equilátera merece todos los elogios que recibirá (la última línea del texto de contratapa no parece exagerada), aunque, si hay algún reparo, hubiese querido ver, en vez del prólogo somero, una introducción más larga que se metiera con el texto en profundidad. Pero quizás esto sea pedir demasiado, quizás los textos habrían preferido quedarse solos.
J. Rodolfo Wilcock, El estereoscopio de los solitarios, traducción de Ernesto Montequin, La Bestia Equilátera, 2017, 200 págs.
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