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Luciano Lamberti asegura que ciertos libros navegan en su propio espacio y que, atendiendo a sus resortes íntimos, orbitan en una nebulosa literaria y universal, fuera del tiempo. Claro que en El ojo de Goliat, la novela del narrador y poeta argentino Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969), hay un tiempo. Se trata de uno particularmente traumático, lacerado por la Primera Guerra Mundial: la década de los veinte. Y claro que, en principio, hay un espacio: el tenebroso asilo inglés St. Bartholomew, presidido por un hombre meticuloso y entusiasta de la hipnosis: el psiquiatra Edward Pierce.
Un extraño caso —como diría Robert Luis Stevenson— se le presenta al protagonista y da pie al desarrollo de la novela: el ingeniero y excombatiente David Bradley ha enloquecido durante su estadía en el islote Schouten, en el hostil sur argentino. Fue enviado para inspeccionar las condiciones del faro Goliat, pero será su propia estructura psíquica la que tambalee, la que requiera de un tratamiento que pueda, cuanto menos, estabilizarla. Así las cosas, el doctor Pierce deberá llevar a cabo una pesquisa psíquica para dar con el origen del trauma que aqueja y esclaviza a su paciente, quien, compulsivamente, no hace otra cosa que nadar y nadar —sobre la superficie que sea, líquida o sólida— hasta el agotamiento. Cuenta el médico con una ventaja significativa: el diario íntimo que Bradley llevó durante su estadía en el islote y que probablemente encierre —para aquel dotado de una verdadera sagacidad lectora— la solución al enigma mental.
Muzzio retoma tópicos característicos del fantástico (el doble, la locura, la soledad, el diario del marginal, la densa atmósfera) y se entronca, implícita y explícitamente, en una galería de autores clásicos: desde Dante y Coleridge, pasando por Stevenson, hasta Lewis Carroll, Quiroga, Sábato. En cierta forma esos elementos genéricos están subordinados a una exposición: la de la fragilidad de la psiquis humana. Mientras que los traumas psíquicos, afirma el narrador, existen desde la Antigüedad (en otros términos, serían universales), los cambios se producen en la arena científica. Se expanden tanto el campo de la psicología como la tecnología de la muerte: los tipos de máscaras y armamento, los sofisticados y diversos gases mortíferos hallan en el teatro de la Primera Guerra su espectacular estreno.
El mundo de Muzzio insiste en recorridos sombríos, en espacios angulosos, asfixiantes, expresionistas, en invitaciones tétricas. Propone, una y otra vez, descensos a infiernos varios: al del sanatorio y al del faro; al de la sanguinaria guerra y el monstruoso océano; al de la soledad y la locura. Lugares de los que se vuelve, inevitable e inconsolablemente, marcado.
Delgada es la línea que traza los límites de la cordura, y tajante la división que hace el protagonista de la condición humana. Existen dos tipos de persona, sostiene el psiquiatra: los que pueden dominar sus demonios y los que sucumben ante ellos. En esta consideración se cifra, también, ese tiempo universal, ese tiempo fuera del tiempo del que hablaba Lamberti. Esa guerra, podría decirse, fuera de la Historia, en la que —como sostenía Dostoievski— riñen Dios y el diablo, y cuyo campo de batalla es la atribulada, laberíntica, mente humana.
Diego Muzzio, El ojo de Goliat, Entropía, 2022, 184 págs.
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